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2017 Feb 21 Hasta que la dignidad se haga costumbre. Estela Hernández, hija de Jacinta Francisco Marcial.

Es lamentable, vergonzoso e increíble que a seis meses de cumplirse 11 años del caso 482006, hoy por fin la Procuraduría General de la República (PGR) reconoce de manera forzada, no por voluntad, que el caso citado fue un error. La disculpa es por funcionarios mediocres, ineptos, que fabricaron el delito de secuestro e inventaron que Jacinta era delincuente, la evidenciaron en los diarios locales de Querétaro, la demandaron por un delito federal que no alcanzaba fianza, la investigaron los mismos policías demandantes, la encarcelaron con mentiras, sin decirle que tenía derecho a un abogado de oficio y a un traductor.

Jacinta Francisco Marcial es mi querida madre, es una mujer indígena hñähñú de Santiago Mexquititlán. Ella fue la que fue secuestrada ilegalmente el jueves 3 de agosto del 2006 acusada de privación ilegal de la libertad de seis agentes federales de investigación, hoy agentes ministeriales bajo el expediente ya citado. Fue sentenciada a 21 años de cárcel y pagar una multa de 2 mil días de salario mínimo, un equivalente de 90 mil pesos. Ella fue liberada gracias al apoyo del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, organismo no gubernamental.

El caso 482006 es un simple ejemplo de tantas de las muchas arbitrariedades ilegales que cometen las autoridades que tienen título, nombramiento, reconocimiento oficial en este nuestro país que es México.

Este largo proceso de desgaste económico, emocional, físico y psicológico, dejó una gran experiencia de la realidad. Hoy se sabe que en la cárcel no necesariamente están los delincuentes, están los pobres que no tienen dinero, los indefensos de conocimiento, los que los poderosos someten a su voluntad. Los delincuentes de mayor poder, de cuello blanco, no pisan la cárcel. No conocimos en Querétaro a ningún rico que estuviera en la cárcel.

Jacinta pudo ser liberada gracias al apoyo de su familia, a la publicación que hizo muchos seres humanos pensantes, pero sobre todo, gracias a la valiosa intervención de todo el equipo de apoyo del Centro Pro. De no haber sido así, de no haber sido por esta gran labor, Jacinta estaría pagando hoy una sentencia de un delito que jamás existió. La pregunta es, ¿cuántos inocentes están hoy en la cárcel por un delito no cometido o que no existe?, ¿cuántos secuestradores, delincuentes autorizados con título y nombrados por la ley andan sueltos, cobrando de nuestros impuestos, encarcelando, persiguiendo o acosando con un delito fabricado?

Agentes federales como los que acusaron a Jacinta y sus cómplices, porque tuvieron cómplices, son los que el Estado contrata para garantizar la seguridad social. ¿Qué sería nuestra vida sin ellos? ¿Qué hay hoy de estos funcionarios públicos, agentes federales y del ministerio público, jueces y los cómplices de los policías demandantes? Espero equivocarme, pero seguramente siguen trabajando y cobrando de nuestros impuestos, siguen siendo nuestros empleados, a pesar de demostrar con este caso su ineficiencia e impunidad.

Preguntarán si es suficiente la disculpa pública y la aclaración de inocencia de Jacinta, pero jamás lo será. No basta la reparación de daños para superar el dolor, la tristeza, la preocupación y las lágrimas ocasionadas. ¿Quién va a devolver la vida de mi hermano José Luis, que no pudo estar tres años con su mamá y que hoy, a seis días de cumplir siete años que falleció, seguimos recordando que sólo estuvo 5 meses con su mamá?

A los que sólo piensan en el dinero de reparación de daños, no se preocupen, no nacimos con él ni moriremos con él. Nuestra riqueza no se basa en el dinero, pueden estar tranquilos. Lo destinaremos y lo haremos llegar a donde tiene que llegar en su momento justo.

A los abogados particulares que nos robaron y que seguramente siguen robando a sus clientes, no sean mediocres de conciencia, no abusen del dolor ajeno, tengan tantita dignidad, y si no pueden tomar un caso con éxito, no engañen a la gente, no coman ni beban a costa del sufrimiento. Este caso cambió nuestra vida para ver, saber y sentir que las víctimas los necesitamos, que lo que al otro le afecta, tarde o temprano le afectará a uno.

En este sentido, nuestra existencia hoy tiene que ver nuestra solidaridad con los 43 estudiantes normalistas que nos faltan, con los miles de muertos, desaparecidos y perseguidos, con nuestros presos políticos, con mis compañeros maestros caídos, con mis compañeros cazados por defender lo que por derecho nos corresponde. Pido por ellos, porque por buscar mejores condiciones de vida y trabajo, es el plato que recibimos.

A todas las instituciones gubernamentales como la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, que dos años estuvieron callados a pesar de saber del caso y de decirnos que no se podía hacer nada porque era un delito muy grave, y otras tantas instituciones de apoyo social a los que fuimos a ver y no nos atendieron, pónganse a trabajar de verdad, no sólo den recomendaciones cuando ya otras instituciones no gubernamentales las hacen por ustedes. Les pido que no sean títeres ni sólo sirvan para acarrear gente para ver a un gobernador o un político, que hoy es lo que hacen.

A las víctimas actuales, a mis hermanos luchadores sociales, a los maestros que estamos en pie de lucha, a los caídos, los desaparecidos, encarcelados, exiliados, perseguidos, aterrorizados que defienden, luchan a favor de los derechos humanos, quiero decirles que después de vivir este terrorismo de Estado, asumimos el dolor y vencimos el miedo para que la victoria fuera nuestra.

Hoy, como dijo una compañera que se sabe en Querétaro por la represión de lo sucedió el 1 de mayo con Pancho Domínguez: Hoy nos chingamos al Estado.

La ignorancia, el miedo no puede estar encima de nadie. Estamos orgullosos de ustedes. Hoy la historia la podemos escribir gracias a las personas que nos atrevemos a levantar la voz, los que nos atrevimos a hacer uso de la palabra, los que todavía tenemos principios humanos. Estamos orgullosos de que esta historia, aun cuando en los tiempos actuales está de moda enaltecer la corrupción, la estupidez y la ignorancia, no se las dejamos.

Hoy nos queda solidarizarnos con otras víctimas, nos queda saber que la identidad, la cultura, la conciencia, la sabiduría, la razón, la vida y la libertad, no se venden, no se negocian ni tienen precio.

Al procurador general de la República le decimos que no estamos contentos ni felices por este acto de disculpa, pedimos el cese a la represión de los pueblos indígenas, a la persecución de luchadores sociales y la liberación de nuestros presos políticos, quienes su único delito es aspirar mejores condiciones de trabajo, vida, patria digna y justa. Pedimos no se sigan dando este tipo de casos. Hoy queda demostrado que ser pobre, mujer e indígena, no es motivo de vergüenza. Vergüenza hoy es de quien supuestamente debería garantizar nuestros derechos como etnia, como indígenas y como hermanos.

Actualmente conocemos autoridades ignorantes, corruptos y vendidos. No les damos las gracias, les exigimos que si no saben hacer su trabajo, renuncien a sus cargos. Si no tienen vergüenza, que sea por sus hijos, mis hijos, por los de todos nosotros.

La familia Jacinta, que ya somos muchos, agradecemos infinitamente a todos aquellos héroes anónimos que nos apoyaron incondicionalmente en el caso. Recordamos sus cartas, que nos llevaron comida, los que nos llevaron algo de dinero, los que nos llevaron palabras de aliento, los que nos apoyaron de manera directa o indirecta. Estamos seguros de que la vida les recompensará el favor realizado. Sabemos que el éxito de este proceso es gracias a la participación de muchas personas.

Este caso nos cambió la forma de ver la vida. Hoy sabemos que no es necesario cometer un delito para ser desaparecido, perseguido o estar en la cárcel. Por los que seguimos en pie de lucha por la justicia, la libertad, la democracia y la soberanía de México, para nuestra patria, por la vida, para la humanidad, quedamos de ustedes, por siempre y para siempre, la familia Jacinta, hasta que la dignidad se haga costumbre.

Gracias.

 

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