By using this website, you agree to the use of cookies as described in our Privacy Policy.

2017 Mayo 4 Derrotas. Soledad Loaeza

Seguir la campaña de la candidata del Partido Acción Nacional (PAN) a la gubernatura del estado de México, Josefina Vázquez Mota, es un ejercicio cuaresmal. Hasta duele verla intensamente comprometida con su partido, con la causa perdida de la gubernatura mexiquense, empeñada hasta la médula en trabajar sin descanso por una victoria imposible, mirando apenas de reojo las encuestas que en los recientes días la mandan a un tercer lugar, después de Delfina Gómez Álvarez, la candidata del Movimiento de Renovación Nacional (Morena), que según una encuesta del 2 de mayo recibiría 29 por ciento del voto; mientras que el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Alfredo del Mazo, está en segundo lugar con 24.4 por ciento.

Josefina Vázquez Mota está decidida a ganar, pero tendría que saber que ese no es un asunto de su voluntad, sino de las preferencias de los electores, y no se puede realmente anticipar ni cómo van a votar ni por qué votaron como lo hicieron.

Lo extraordinario de la campaña de Josefina Vázquez es simplemente que se haya organizado, que la hayan elegido candidata nuevamente. Después de la derrota de 2012, era de pensarse que su carrera política estaba terminada. Normalmente, los candidatos perdedores lo son en sentido amplio porque no sólo pierden la competencia, también no tienen nada más que prometer; pierden las amistades contingentes que trajo la campaña, los simpatizantes, los seguidores. En general, los candidatos vencidos dejan de ser interesantes, peor todavía, se convierten en apestados, en indeseables portadores de la mala suerte a los que nadie quiere acercarse.

¿Cuántos no creen en el lugar más recóndito de su cerebro, que la calidad de derrotado se pega?

El ejemplo de Josefina tendría que hacernos pensar nuestras actitudes y nuestras estrategias frente a la derrota. Raramente nos crecemos al castigo, y todavía más raro es que volvamos al lugar donde perdimos, como ella lo ha hecho. Todo lo admirable que puede ser su actitud valiente y desafiante, también es imprudente y costosa para ella y para el PAN.

Desde el principio fue mala idea lanzar a la competencia por la gubernatura del estado más rico de la República a un candidato derrotado. Fue una decisión que invitaba al desastre, un error que pudo haberse evitado si el partido hubiera mirado con cuidado a la militancia mexiquense y hubiera buscado un candidato que no estuviera señalado con la D de la derrota. Llevar a Josefina de nuevo al calvario que puede ser una campaña electoral fue un acto de egoísmo, de pereza y de ceguera.

Delfina Gómez tiene en su favor, en cambio, una enorme frescura que contrasta violentamente con los gestos, los movimientos y las palabras ensayadas de los demás candidatos, empezando por Alfredo del Mazo, que tiene la espontaneidad de una máquina de escribir. Además, el nombre del representante del PRI evoca también una derrota, la de su padre, que en 1997 participó como candidato priísta al primer gobierno elegido de la ciudad de México. La verdad es que poco tenía que hacer en el Distrito Federal contra Cuauhtémoc Cárdenas, que resultó vencedor, aunque era otro derrotado, pero no se reconoció como tal, sino que se comportó como una víctima del fraude electoral a quien le habían arrebatado de manera ilegal la victoria en 1988. El triunfo le permitió sacarse la espina de la derrota.

Las derrotas son insuperables mientras no se trate de entender sus porqués; un(a) derrotado(a), en cualquier terreno solamente conquista el dolor de haber sido vencido(a) si sabe más o menos cuáles fueron las causas de la caída. Si en lugar de culpar a otros por los errores y las torpezas propias, examina y asume la propia responsabilidad.

Donald Trump se ha comportado con nosotros como si estuviera frente a un pueblo derrotado, como si él fuera un vencedor en territorio mexicano. Así ha sido porque nos hemos visto a nosotros mismos como derrotados, y creo que todo empezó en 1981, cuando tuvimos que solicitar a Washington un préstamo que nos hicieron en condiciones leoninas. Y lo aceptamos, porque habíamos perdido la promesa de la prosperidad.

Así nos sentíamos y así nos empezaron a tratar los políticos estadunidenses que antes se referían con respeto a los proud Mexicans, y que ahora nos tratan ¿cómo nos ven, o cómo nos vemos?

 

Tomado de La Jornada