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1967 Nov 21 La Revolución Mexicana en peligro. Carlos A. Madrazo.

Vivimos una época de sangre, confusión y aturdimiento. La vida sin provecho, perdida en empresas inútiles, se nos escapa de las manos abiertas. Manos útiles para el gesto amigo, pero inútiles cuando tratan de aprisionar el agua o detener el viento.

Se ama la velocidad, que por sí misma nada resuelve. Prisa, siempre prisa; prisa por salir de ninguna parte, para llegar a ningún lado; prisa por asomarse a otros mundos donde no hay vida. La vida tiene un sentido distinto al que nosotros entendemos. Prisa que en el fondo no es otra cosa sino fuga, huida de un infierno que nosotros hemos hecho; fuga de llamas largas y voraces que no sabemos apagar. Y el hombre, nuevo Edipo, maldito por los dioses, curvado bajo el peso de sus culpas, corre, corre siempre sin saber a dónde y en loca estampida, mata y desgarra, oprime y estruja y vuelve al pasado gregario, a ser cruel y bárbaro como siempre ha sido.

El hombre se afana en burlar a la muerte; en la obra, en el árbol que planta o en el hijo que lo sucede. Y gusta de aprisionar el recuerdo como testimonio de lo que supo alcanzar; por eso gusta de los museos; con orgullo de niño grande aprisiona en ellos las cosas que un día tuvieron vida o representaron algo y que ahora sólo son símbolos, recuerdos, cuentas de estrellas en el cuello de la noche.

Pero no sólo guarda allí las cosas materiales; también a los personajes de su imaginación; Don Quijote y Sancho tienen su sitio; Gobsek recibirá en la puerta a quien visite el museo Balzaquiano de París, o el Greco lo hará caer de rodillas en Toledo ante sus Cristos dolorosos y atormentados; en Venezuela, en las vitrinas azules de los cuatro horizontes, el estampido del cañón sigue detenido en Carabobo y la canción de la muerte heroica en las cargas fulgurantes de los lanceros de Páez. Sí, el hombre gusta de recuerdos y con ellos deja testimonio en sus museos. Museos de todos los tipos. Para guardar piedras del pasado o el recuerdo de sombras que se fueron aprisionando en los celajes de la gloria. Y el mexicano, junto a sus recuerdos, junto a los hechos del pasado extraordinario, en el montón informe de los juguetes despedazados, de los Polichinelas sin cabeza y de los carritos cuyas ruedas se rompieron, guardará para estudio de las generaciones futuras el carrito roto de la democracia mexicana.

La Revolución surgió sobre todas las cosas, por la falta de libertades políticas. Una Revolución, claro, para serlo de verdad, tiene que constituir en sí misma un cambio de régimen, en lo político y en lo económico, pero en el Plan de San Luis, lo segundo, lo económico, tuvo que presentirse porque fue fundamentalmente un llamado a la libertad, un golpe de herrero para romper las cadenas.

La Revolución la hizo la fe de iluminado de Madero y los torrentes de pueblo que ella originó. Los soldados fueron humildes rancheros; sus generales surgieron de esa cantera inmortal que es el pueblo; sus generales, que al día anterior nada sabían de combates y estrategia, los suplían a la hora suprema con su instinto de pueblo con derroches de valor increíble.

En la batalla de Torreón, el dominio del cerro de la Pila es importante. La acción indecisa. Los nidos de ametralladoras de José Refugio Velasco barren la ladera con huracán de muerte. Villa furioso da una orden tajante:

 -General Del Toro: Coja usted cinco mil hombres y tome el Cerro de la Pila.

Y Pancho Del Toro -ranchero de siempre-- se cuadra y le dice con sencillez conmovedora:

-Con perdón de usted mi general; deme nomás quinientos, porque con más me hago bolas.

Y con quinientos hombres Pancho Del Toro toma el cerro de la Pila.

Que sirvan estas palabras para rendir nuestra reverencia al Ejército de la Revolución. Salido del pueblo sigue fiel a su origen y sus generales, algunos jóvenes y bien preparados, otros cargados de años, siguen leales a sus convicciones, fieles a sus principios, callados y humildes, con la magnífica sencillez del pueblo nuestro.

Esta noche, desde el balcón de esta cena, donde más que la amistad nos ha reunido la preocupación por México, tenemos que asomamos a las peculiaridades de nuestra vida pública. Del punto muerto en que ahora nos encontramos. Tenemos que hablar de esta singular democracia nuestra, hecha en México, para uso del candor turístico de los países extranjeros. Esta democracia única en el mundo y en las Galaxias circunvecinas, donde el pueblo vota abrumadoramente pero no elige; donde el más modesto de los lectores de un periódico sabe a distancias respetables en el tiempo quienes serán electos en toda clase de puestos públicos, desde el más pequeño al más elevado. Democracia, apodo de los intereses creados, donde para evitarle trabajos inútiles al pueblo, al Presidente Municipal lo "elige" el gobernador del estado, al gobernador el presidente y al presidente su antecesor.

Como conjunto de postulados, el mensaje de la Revolución es eterno. Pero si para efectos de agrupamientos formalistas, tuviéramos que admitir que después de cincuenta años la Revolución inicia su segunda etapa, tendríamos que aceptar que la inicia con un horizonte cargado de presagios.

Once millones de mexicanos son analfabetas. No hay dinero para construir escuelas; en cambio, con menosprecio de toda lógica, se gasta una suma considerable en alfabetizar por televisión a los pobres, que por serlo no tienen televisión.

Se mal dirige el esfuerzo de los contribuyentes. Por ejemplo, en educación, incluyendo el subsidio a las Universidades, se gastan más de ocho mil millones al año. Sin embargo, como no hay organización económica de ninguna clase, los profesionistas no encuentran trabajo. Veamos un ejemplo: México necesita un mínimo de treinta y cinco mil agrónomos. En la actualidad tenemos menos de ocho mil, de los cuales más de dos mil no tienen trabajo. La mayor proposición que consiguen es de topógrafos, con setecientos pesos mensuales. En algunos 'países no se les da sueldo sino participación en lo que producen.

En 1965 (a la fecha el dato es mayor) el 28.9% de la población nacional mayor de seis años, no había asistido nunca a la escuela; otro 44.9% sólo había estudiado hasta 4° grado de primaria.

De 39,648 títulos y diplomas profesionales expedidos en 1963, sólo 1,922 fueron otorgados a carreras técnicas. La situación del presente es igual. Nadie sabe cuáles técnicos precisa el desarrollo del país. Damos la impresión de marchar a tientas en la obscuridad.

De cuarenta y dos millones de habitantes veintiocho constituyen la población económicamente inactiva.

De los otros catorce millones el 52% vive en el campo. Pero una infinidad de calamidades como son falta de crédito, que sólo cubre el 15% de las necesidades; agricultura temporalera en sus dos terceras partes; mordidas a diestra y siniestra; ningún apoyo técnico para orientar y dirigir debidamente; ausencia de métodos modernos de cultivo, etc., hacen que de ese 52%, el 70%, empobrecido, vende su fuerza de trabajo convirtiéndose en obreros agrícolas, sujetos a un salario mínimo, que por ser teórico no se cumple en ninguna parte.

Los ingresos de esta enorme población oscilan de 59 pesos mensuales a 280.

En Torreón por ejemplo, un ejidatario tiene derecho a una hectárea de riego, con cuyo producto no puede vivir, contra 22.5 hectáreas de la pequeña .propiedad, No estamos en contra de la pequeña propiedad. Por el contrario, su desamparo debe preocupamos; pero estamos sintetizando hechos explicativos de por qué nadie puede estar a gusto con el actual horizonte económico.

Recientemente, representantes de la iniciativa privada pusieron de relieve su inconformidad. Pero enfocaron mal el problema. Hablaron de luchar contra los precios de garantía en los productos del campo, lo cual es incorrecto. El problema radica en la exigua producción. Si en lugar de 800 kilos se produjeran 6 toneladas de maíz por hectárea, la cosa sería diferente y mejoraría si se uniera el proceso agrícola al industrial y se obtuvieran productos y subproductos cuya venta permitiera obtener más $ 1,000.00 por tonelada de maíz y no $ 840.00, e igual criterio se aplicara a otros cultivos.

Muchos estados sufren lo indecible ahogados por el peso de la zona semidesértica. Querétaro, San Luis, Zacatecas, Nuevo León, Coahuila, para no citar sino algunos que se debaten en este grave problema y no vemos medida alguna para remediarla. Allí podría hacerse cualquiera de dos cosas. Llevar el agua y cambiar el medio físico, cosa que es técnica y económicamente posible; o si no se quiere trabajar tanto, por lo menos seguir los dictados de la naturaleza. Se produce esporádicamente el nopal; pues bien, si se siembra el nopal sin espina o sea el forrajero, es posible crear una ganadería donde ahora nada existe; es posible sembrar el dátil, la jojoba, la palma china, y muchas especies más y realizar una verdadera revolución en ese medio árido, que no produce nada y hasta el alma deprime.

Para saber si vamos bien o mal, veamos los avances logrados. Demos una ojeada a las cifras. De 1950 a 1964, la tasa de aumento del producto bruto per cápita en México de 2.6% es bastante menos que

Japón 9.7%

Perú 2.8%

Venezuela 3.2%

Nicaragua 3.2 %y otros países de Europa, Asia y África.

En 1965-66, de un total de 13 millones de persona trabajadoras, alrededor de 920,000 eran niños de 8 a 14 años de edad y 2.300,000 de 60 años o más, lo que descubre que la explotación se ha extendido masivamente a niños y ancianos.

Cada dos años se revisan los contratos colectivos, con tendencia a aumentar los salarios, pero en 1965 la Dirección General de Estadística publicó un estudio (La población económicamente activa de México. Tomo VII Pág. 54) y llegaba a la conclusión de que un 31.12%, representado por 3.373,400 trabajadores, no experimentó ningún incremento en el nivel de sueldos y salarios y un 49.88% (5.406, 878) sólo vio crecer el nivel de sus percepciones mensuales en 200 pesos, o sea que los trabajadores que sufrieron un notable retroceso económico o que a lo sumo permanecieron estancados, representan el 81 % de la población económicamente activa del país.

Esto impide la existencia de un mercado de consumo para el comercio y la industria y esta última no puede salir a disputar mercados extranjeros, como a cada rato se la incita, porque produce a precios más altos que los que rigen el mercado internacional, debido a la falta de una adecuada planeación.

El desarrollo de México reclama medidas originales y audaces.

No es posible seguir jugando con el hambre de las gentes.

La confianza, que es la base del impulso de una nación, se está perdiendo y el temor y la incertidumbre la substituyen.

Nadie ha podido nunca contener en el mundo la rebelión de los hambrientos. El pan no puede ser sustituido por balas ni por letras de molde.

Pero en México no sólo hay hambre de pan, sino hambre de libertad.

Nuestra historia no sólo es la lucha del hombre por asegurar su pan mediante el dominio de la tierra, sino también por alcanzar el derecho de ser escuchado, de actuar como ser humano, de intervenir en el rumbo y destino de la nación. El error de opinión puede tolerarse cuando la razón tiene libertad para combatirlo.

No se puede gobernar decapitando la esperanza.

Quien destruye el ideal que le da fuerza, la bandera con la que se cubre, se destruye a sí mismo. Es preciso no olvidar nunca que el carácter es la virtud de los tiempos difíciles.

Un verdadero gobernante se preocupa por fecundar la historia; quien sea estéril para esa tarea, jamás vivirá plenamente ni sabrá nunca lo que es la dimensión de la grandeza.

Una tarea grande reclama total entrega. La Historia no puede sustraerse a la pasión que es su nervio mismo. Un verdadero forjador de destinos no conoce ni el reposo ni la paz. Para él no habrá sábados, ni domingos, y en su angustia por hacer, vivirá siempre en lucha abierta contra la brevedad del tiempo.

México vive un gran atraso político. Sus fórmulas sirvieron en una época, cuando la mano dura y la bota fuerte tenían el respaldo de cientos de miles de muertos, de cientos de miles de mexicanos que dieron todo lo que tenían, como era la vida, en pos de la ilusión de que luchaban por algo justo.

Después de la lucha armada, la calma y la meditación. Después del surco (que forma arrugas en la faz de la tierra) la siembra y con ella el milagro de la germinación.

Pero en México la vida avanza muy de prisa, el presente es hermano del mañana. Las fórmulas pasan rápidas como ráfagas de viento. La mayor parte de los hombres públicos, cuando no tienen contenido, se pudren de un .día para otro, como las frutas en el trópico.

La juventud reclama un sitio y se la empuja con la fuerza o se intenta sobornarla para castrar su rebeldía, que debiera encauzarse de manera eficaz.

Se piensa en organizarla para bien de la Revolución y se termina en el reparto de canonjías.

Elogiamos la entereza de Juárez, pero al que quiere abrevar en su ejemplo de virilidad, se le ahoga con silencio, se le persigue como réprobo, o se le aísla como leproso.

No vale elogiar a un héroe. Lo que vale es seguir su ejemplo y el rumbo que señaló.

El 7 de junio es tradicional hablar de la libertad de prensa, que debe existir siempre sin limitaciones, ni cortapisas: Pero hay quienes pretenden usar esa libertad sólo para el elogio cortesano, la expresión boletinada, detrás de la cual se esconde las más de las veces el halago del subsidio o la amenaza de su privación.

Un espeso, o nauseabundo olor a cloroformo. Una serie de esfuerzos para que nadie hable, para que todos duerman.

Las organizaciones han callado. En los sitios donde antes se discutían los problemas sociales, sólo el roce de la casaca cortesana, la lisonja que a nadie convence; altivez y desdén donde debieran campear la comprensión y el diálogo.

La preferencia que se da a ciertos hombres no indica su mérito, sino su subordinación.

Los campesinos forman el 52% de nuestra población, pero hay pocas organizaciones que los representen; les está prohibido escoger a sus dirigentes y al frente de las siglas que dizque los agrupan, se encuentra no el líder salido del pueblo, no su representante verdadero, sino el cortesano sumiso, el petimetre, el lagartijo que se lava la mano con lavanda cuando estrecha la de algún agricultor.

¿A dónde va la Revolución? No lo sabemos, pero el sector conservador cobra fuerza y con un poco de audacia puede dominar al poder político, como ha dominado con ayuda extranjera el poder económico de la nación.

Es preciso no subestimar la realidad. Ciertos capitanes del gran capital, jóvenes muchos de ellos, estudiosos de los problemas nacionales, con cuadros humanos valiosos, están listos para dar la batalla por el control del poder.

A su hora van a coaligarse. Están logrando penetrar en el campo, donde el campesino que vive en chozas, condenado a la miseria, esquilmado por todos, incomprendido, pisoteado, dominado a tiros o a palos cuando protesta, presionado en el ejido, robado en los medios oficiales, tildado de rojillo cuando habla de reivindicaciones, ese campesino que no tiene derechos políticos de ninguna clase, ese campesino que está dispuesto a todo para cambiar de situación, ese humilde hombre cimiento de México, en un rato de desesperación y de amargura, podría apoyar un movimiento que por lo menos le ofreciera la oportunidad de ver nuevas caras, para que pudiera renovar sus perdidas esperanzas.

Hasta ahora, la fuerza de los Gobiernos de México en las justas electorales, ha sido el poder del dinero y el apoyo del ejército.

Pero en esta época en que no hay mística, en que el gesto altanero se vuelve costumbre que repele la simpatía; en esta época en que no hay juego de-nuevos valores, en que el cacicazgo cierra el paso a cualquier esperanza; época de pintura gris y de antorchas apagadas, de banderas enrolladas, que se pliegan ruborosas porque no tienen seguidores; época en que las palabras como piedras privadas de montura caen al tapete del examen y se descubre que son bisutería; época en que se abusa de la propaganda y mientras la miseria aumenta, todos los días se habla de los miles de millones de Arlequín; en esta época digo, en que no hay mística, sino fomento a la negación, se corre el peligro de que las grandes masas del pueblo apoyen una plataforma distinta a la revolucionaria tradicional.

El gran capital contaría además con fuerte apoyo extranjero, que desde un principio colocaría la lucha en condiciones favorables a su éxito.

En 1830, cuando la Revolución de julio pone en el trono de Francia a Luis Felipe, Laffite, el poderoso banquero, define la situación con estas palabras: "de ahora en adelante mandarán los banqueros".

Cosa igual podría pasar aquí, donde ya tienen mucho camino andado. En los últimos tiempos se viene estilando que el 50% de los gobernadores designados sean hombres de empresa, que acrediten su dependencia al gran capital con fortunas de varias cifras. ¿Estos hombres con quién van a jugársela en el futuro? ¿Con los campesinos y los obreros, o con los terratenientes y los banqueros?

¿Cuál es en ese cuadro la verdadera fuerza? El Pueblo, que intuitivamente busca un camino, un programa y un hombre.

¿Qué debe hacerse entonces?

Luchar porque se agrupen todos los hombres progresistas de este país, para combatir el peligro común. Unirlos en un frente de verdadera acción contra el atraso y las fórmulas caducas. En mis recorridos por el país he constatado la existencia de grupos y hombres dispuestos a constituir de manera inmediata este Frente Nacional. Ante esa decisión y ese entusiasmo, el camino es formarlo sin dilaciones de ninguna clase. Además, conseguir que los intelectuales de vanguardia sacudan su escepticismo y como miembros de un esfuerzo común, lancen un manifiesto al país, lo recorran de un extremo a otro, para hacer conciencia y luego, uniendo su acción con la de los grupos existentes, pueda realizarse una gran convención nacional que decida el rumbo final del esfuerzo común.

Actuar así, pero al servicio de una idea. Todo personalismo sería suicida, evitaría la unión. Ambición de servir a México, no ambición de servirse de él. No se trata de romper ninguna organización política existente, sino al contrario, de excitar a todas a la acción correcta, al cumplimiento de sus plataformas anestesiadas con el cloroformo del ambiente. Restablecer el entusiasmo; liquidar las diferencias. De la desunión nada bueno puede surgir. Excitar a la acción a los que ya tienen filiación política, y proporcionar un punto de apoyo, una forma de actuar a quienes no pertenezcan a ningún partido.

Esta acción es constructiva y saludable al país, véase desde el ángulo que se vea.

Levantará la esperanza, el espíritu cívico tan muerto hoy, restablecerá el, diálogo, sin el cual no es posible saber lo que piensan los demás. Terminará con los eunucos, porque aun los que tienen esa condición y viven de ella, tendrán que luchar, desquitar su sueldo y pelear contra hombres. Acaso algo se les pegue.

Todos los hombres pueden ser creadores si son inspirados, decía Chesterton. Hay tres cosas en el hombre superior, decía Confucio, que no me ha sido posible lograr. El hombre verdadero no tiene preocupaciones; el hombre sabio jamás se encuentra perplejo; el hombre bravo no conoce el temor.

Es preciso actuar. No rehuir nuestra tarea, ni echarla cobardemente en los hombros del vecino.

Fundado en el limpio ejercicio de un derecho este juego de ideas y valores a nadie compromete en caminos indebidos. En él caben el idealista y el que no lo es, el que gusta del arroyo y el que anhela elevarse, el audaz y el que siendo tímido tiene sin embargo un mensaje que exponer. El maestro y el discípulo, el escritor y el que no tiene otra cultura que las recias cicatrices de la vida… pero eso sí, nos uniría un ideario, el surgido en las luchas del pueblo, en el amplio escenario de México.

Aquí viene a cuento una fábula preciosa:

Una zorra va corriendo por el bosque y la detiene un jabalí, -"¿Por qué corres?" -le pregunta.

-"Porque su Majestad el León ha ordenado matar a los elefantes".

-"Bueno, pero tú, que eres zorra, ¿qué tienes que temer?

-"Mira -respondió la zorra- en épocas de revoltura no falta un lambiscón que me agarre y mientras se averigua si soy elefante o zorra, quién sabe qué me pase. Mejor me escondo".

Nosotros por supuesto convocamos a los hombres y mujeres que aman el progreso de este país. No convocamos alas zorras de la fábula, que huirán siempre perseguidas por su propio terror.

Vigorizar los cuadros de la Revolución, manejar ideas generosas, combatir las prevaricaciones, estar a atentos a impedir el zigzagueo y la traición, dará forzosamente un nuevo matiz, una nueva dirección a nuestros asuntos interiores y el gobierno de la Revolución tendrá que salir beneficiado, porque en lugar de siglas carcomidas que no representan a nadie, una verdadera corriente de opinión sería su mejor apoyo.

Un gobierno no se beneficia con el retroceso, al contrario: históricamente se liquida. Un gobierno, además, es o debe ser siempre resumen de las mejores Intenciones, punto donde converjan los esfuerzos de los mejores ciudadanos.

Un gobierno nacional se integra con hombres de verdadera estatura moral, capaces de llegar al acuerdo de la mejor solución, pero capaces también de disentir, de analizar con libertad, de resolver con patriotismo.

En los problemas comunes todos somos parte. Todos debemos interesarnos en ellos. Todos debemos colaborar en la mejor resolución.

No es enemigo de un gobierno quien con buena fe presenta un punto de vista que puede no estar de acuerdo con el rumbo preestablecido, pero en el que a lo mejor tiene razón.

Colaboradores y cortesanos son dos cosas distintas.

El juicio reposado indica firmeza en el rumbo y madurez en la decisión.

Se cuenta que al día siguiente que tomó posesión de la Presidencia de la República el General Ávila Camacho, llegó hasta su presencia Margarito Ramírez, con quien tenía una fuerte amistad. Venía a combatir el nombramiento de un colaborador muy cercano al Presidente, con quien tenía muy hondas diferencias.

-"Mira -decía Margarito-: No es leal más que consigo mismo: de ambiciones sin límites, poseedor de innumerables defectos" -y enumeraba un montón.

Don Manuel lo escuchaba pacientemente. De pronto le dijo: "Mira, yo lo he nombrado pensando lo contrario de lo que tú expresas, pero si él fuera como tú lo pintas, entonces lo volvería a nombrar. Porque en ese puesto me servirá como punta de bayoneta apoyada en mi barba, para que no me duerma".

Por eso desde siempre es sabido que la ciencia del buen gobierno es de sencillo conocimiento y difícil aplicación. Porque es arte reservado a los espíritus superiores Azdaschir, pensador y estadista, decía hace muchos siglos: "La caída de los imperios que se ve con tanta frecuencia, es el resultado de que el sitial de los hombres nobles y sensatos fue ocupado por gentes de ideas obtusas y de linaje oscuro; porque los pueblos fueron gobernados por incapaces, seres ignorantes, fanáticos y de audacia ciega".

El poder digo yo, transforma a los hombres. A unos los sublimiza y a otros los revela en su verdadera pequeñez. El gobernante jamás debe olvidar al pueblo, por convicción o por conveniencia. Es necesario que un príncipe -decía Maquiavelo- se haga amar por su pueblo. De otra manera no tendrá ningún remedio en sus adversidades.

Nadie valdrá nunca por sus pensamientos secretos, por su timidez, por lo que quiso hacer sin hacerlo. Los hombres valen por la causa a la que sirven, por la bandera que enarbolan, por la huella que imprimen a su tiempo.

El hombre es voluntad que iluminada por la inteligencia tiende hacia la perfección constante; a su vida la ennoblece su objetivo. La vida es dinámica, lucha, estímulo. La vida sin acción es simplemente vegetar en el tiempo.

Giordano Bruno, momentos antes de ser quemado vivo por defender sus convicciones, inmortalizaba su martirio con estas palabras: "Luché, eso ya es mucho. La victoria está en las manos del destino". Y agregaba: "sea lo que sea de mí, una cosa no me negarán las edades futuras, venza quien venza: que no temí morir ni cedí en firmeza a ninguno de mis semejantes y preferí morir animosamente a vivir con cobardía".

Y yo digo: sólo quienes admiten la derrota pueden ser derrotados.

Al hombre verdadero no lo dobla el infortunio, porque se siente dueño de una voluntad superior a los caprichos del destino.

En esta cruzada por México caben todos. Olvidemos los defectos que nos separen para pensar en las virtudes que nos reúnan.

En todos los problemas de la vida no pueden existir más que dos actitudes: actuar o bajar los brazos, vencer o ser vencidos.

En esta noche cada uno de ustedes, de acuerdo con su conciencia, ha escogido ya su camino.

¡Que sea para bien de México!