El Frágil Equilibrio de la Democracia. Julieta Guevara Bautista.

Cuando las sociedades eran simples y pequeñas, el poder político se manifestaba claramente en el jefe, señor, caudillo, o rey y, sobre todo, en su posibilidad para imponerse sobre los demás por la fuerza. Hoy, en las complejas sociedades tecnológicas el poder político tiene mil caras: se presenta desde como capacidad para tomar decisiones de inversión, hasta como habilidad para influir en la opinión pública.

 

Este carácter multifacético del poder político determina que la democracia contemporánea requiera de todo un complejo institucional y de ciertas condiciones socioeconómicas que en un frágil equilibrio le permitan "mantenerse democrática".

 

Esto ha sido más evidente durante la última década, cuando muchos regímenes autoritarios fueron derribados por insurrecciones populares, por elecciones libres, o por su propia desintegración interna, y asumieron la tarea de crear instituciones democráticas. Sus primeros fracasos revelaron que "la democracia es algo más que la libertad",  que la democracia no surge automáticamente con el fin de la tiranía.

 

Históricamente, construir una democracia ha sido un proceso continuo, con frecuencia sangriento, largo, lento y difícil, de cambios y equilibrios tan incesantes como la dinámica de las sociedades y de los problemas que enfrentan para su desarrollo y sobrevivencia.

 

Establecer una democracia es un proceso que requiere que un compromiso permanente de pluralismo político permee a toda la sociedad, a la cultura, a la economía, y no sólo a las estructuras gubernamentales, de modo que el mayor número de actores con una mentalidad y fe democráticos participe en la vida política y cívica, dentro de una amplia dispersión del poder político, económico, cultural y social.

 

Sólo así se pueden conseguir las ventajas indiscutibles de la democracia: la más amplia libertad para el esfuerzo individual, el mayor respeto para los derechos humanos y la mejor manera de solucionar pacíficamente los conflictos.

 

Entre los consuelos de la vida moderna está la fe compartida por muchos de que la historia está a favor de la libertad y de la igualdad, de la democracia, lo cual no corresponde a la realidad. A pesar de que hoy la democracia parece ser universalmente reconocida como el sistema ideal de gobierno, es la más débil, confusa, amenazada y compleja de las instituciones humanas; está siempre en peligro, aun en los países desarrollados en donde la pugna por establecerla ha terminado, más en los países del Tercer Mundo, en los cuales la lucha por la democracia todavía tiene que ganar muchas batallas.

 

La democracia es hoy el mejor medio para solucionar los problemas con justicia y con el más alto grado de consenso político; es el gobierno de la mayoría, pero sujeto a tensión constante con los derechos de las minorías y de los individuos, en un equilibrio frágil y dinámico.

 

Por eso, la democracia no es un ideal que se realiza de una vez, para siempre y para todos. Es camino, no destino. Es todavía un accidente en la historia. Su desarrollo y pervivencia dependen de que el conjunto de instituciones y de actores que la integran se ajusten a los valores que la animan, y que disponga en su funcionamiento de condiciones que permitan su expresión, ya que la ausencia o deformación de los elementos del conjunto democrático, como se tratará de sostener en los siguientes párrafos, puede conducir a desequilibrios tales que pueden significar su desaparición.

 

En consecuencia, en el presente ensayo se trata de llamar la atención del riesgo de que la democracia, no obstante que se reconozca a si misma como tal, degenere en burocracia, partidocracia, mediacracia, o democracia formal, así como el peligro de que la indiferencia ciudadana o la nueva tecnología terminen con el propósito democrático.      

 

1. La burocracia.

 

La burocracia es, después del Ejecutivo, - sea jefe, cacique, rey, Presidente o Primer Ministro,- la institución de gobierno más antigua de la historia de la humanidad, milenaria frente a la democracia moderna que no tiene más de dos siglos de existencia. Por eso, en algunos países, la burocracia ha tendido a ser la institución política predominante, inclusive por encima del resto de las instituciones políticas y democráticas más recientes.

 

La burocracia nació y es considerada todavía como un instrumento necesario al ejercicio continuado del poder y dócil al servicio, primero de gobernantes autocráticos, y después de Ejecutivos electos mediante procedimientos democráticos. Mientras en el pasado se le exigió lealtad inquebrantable, en el presente se le pide neutralidad política para estar a disposición de cualquier gobierno electo de manera democrática y renovado periódicamente.

 

Los hechos han mostrado que la burocracia es reacia a esta neutralidad que le trata de imponer la democracia. Por el contrario, constituye un centro de acción capaz de proponer objetivos y de ejercer influencia, tanto por su conocimiento especializado y manejo de recursos, como por su autonomía, necesaria para enfrentar presiones de grupos e individuos.

 

Por otra parte, la complejidad y la importancia de las tareas gubernamentales en la sociedad tecnológica, han convertido a la burocracia en la fuente principal de las iniciativas políticas y, por lo tanto, en arena política a la cual concurren los intereses a manifestarse.

 

Las posibilidades de que la burocracia llegue a obtener gran autonomía y aun de imponerse sobre otras instituciones políticas, dependen de las características de su personal directivo, del grado de centralización de las estructuras administrativas, de la importancia y discrecionalidad de las atribuciones que se le otorguen, de sus posibilidades de entablar alianzas con otros grupos, y de la unidad o fragmentación del sector político.

 

Como resultado del conjunto de estos factores, la burocracia actuará con responsabilidad conforme al ideal democrático, o buscará el interés propio para sí o sus herederos, y hasta se convertirá en un agente de grupos o estratos sociales.

 

Cuando la burocracia logra autonomía pretende convertir todos los problemas políticos en problemas de simple administración; y sin responsabilidad ni equilibrio con las instituciones políticas representativas, tiende al centralismo, a la cooptación, al clientelismo, a la corrupción, al autoritarismo y a la ineficiencia. Todo lo cual mina las instituciones democráticas e inclusive puede cancelarlas.

 

La preocupación por el control democrático de la burocracia ha estado presente desde los inicios del parlamentarismo. Hoy, al control legal, presupuestal y de los nombramientos de los altos funcionarios que ejercen tradicionalmente las legislaturas sobre la burocracia, se agregan nuevas demandas de democratización, por ejemplo:

 

El eficientismo, tomado de la organización industrial de principios de siglo y aplicado fuera de contexto a la administración pública, está siendo reemplazado por nuevos parámetros que hacen hincapié en la evaluación de resultados por la propia ciudadanía, en vez de que los gobiernos sigan evaluando los  resultados de su actuación con sus propios estándares, con frecuencia ajenos al sentir popular.

 

Para muchos es claro que los ciudadanos están más interesados en la calidad y el valor de los servicios públicos que en sus costos, y que el criterio económico contable resulta demasiado estrecho en la toma de decisiones políticas, ya que siempre existen para la sociedad valores superiores a los pecuniarios.

 

Por otra parte, como la burocracia tiende a convertir a la ciudadanía en un cliente pasivo de sus servicios, en lugar de un participante activo, el crecimiento de los costos de hacer cumplir leyes y reglamentos  que el pueblo no creó ni patrocinó y por los cuales no manifiesta interés, está obligando a la descentralización de la administración pública, y paralelamente, a la multiplicación de centros de creación de la voluntad política en los diferentes niveles de gobierno, que aumentan las oportunidades de participación de los ciudadanos y democratizan, simultáneamente, la dirección y el control de las tareas públicas.

 

En contraste, la privatización ha planteado nuevos retos al control democrático de la burocracia. El estereotipo de la burocracia gubernamental productora de bienes o prestadora de servicios a ciudadanos que a cambio pagan impuestos, ya sólo corresponde a una pequeña porción del gobierno. Ahora han proliferado los instrumentos de la acción pública con la multiplicación de  actores no gubernamentales que por concesión, contrato, reglamentación, subsidio, asociación, etc., han desvanecido las fronteras entre lo público y lo privado. Hoy existe un conjunto complejo de relaciones entre las organizaciones públicas y privadas vinculadas por una gran variedad de arreglos financieros y legales, que escapan a los instrumentos tradicionales de control democrático de la administración pública y que requieren de nuevas concepciones e instrumentos.

 

2. La partidocracia.

 

La partidocracia es una forma evolutiva de la democracia que anula sus caracteres esenciales y que se origina en las tendencias oligárquicas que todas las organizaciones, entre ellas los propios partidos políticos, desencadenan en su búsqueda de disciplina interna, necesaria para el cumplimiento de sus objetivos.

 

En la partidocracia las decisiones ya no las toman los parlamentarios sino los dirigentes de los partidos en detrimento de los órganos legislativos y al margen de todo control institucional.

 

Esta función legislativa extraparlamentaria provoca la transformación del poder legislativo:

 

Los representantes independientes desaparecen, lo mismo que los partidos pequeños en beneficio de los más poderosos, con lo cual se disminuye la representatividad parlamentaria.

 

La designación de los candidatos se hace con criterios y razones ajenos a los intereses de los electores conforme a una estrategia general de los partidos, o a los intereses de sus dirigentes, y este alejamiento del electorado reduce también la representatividad de los órganos parlamentarios.

 

La clase política se depauperiza en beneficio de los líderes efectivos y potenciales, porque las candidaturas ya no pueden reclutarse de entre las grandes personalidades sino entre los fieles ejecutores de las consignas del partido, a los cuales lo que se les pide no es capacidad creadora sino disciplina, no energía sino ductibilidad.  Los hombres se vuelven intercambiables e ideológicamente estandarizados.  Ya no se vota por los candidatos sino por los partidos. La política se burocratiza.

 

Mientras la democracia supone que mediante la confrontación de información y argumentaciones contradictorias en el debate parlamentario se puede llegar a la verdad, a la razón y al convencimiento, en la partidocracia el legislador se deshumaniza: no tiene que razonar porque vota por consigna partidista, aun en contra de su propio criterio y de su conciencia; es incapaz de mantenerse a la altura de la tradicional exigencia moral de tomar libremente sus decisiones y de adoptar actitudes discrepantes respecto de los partidos y de las fracciones; ya no es más un parlamentario sino un portavoz, que de ser cabeza pensante pasa a ser un voto a la hora de los escrutinios; su obligación fundamental se reduce a ocupar su escaño en el momento de la votación.

 

Así, las oligarquías partidistas llegan a asumir la soberanía efectiva y vacían de todo poder real y efectivo a los parlamentos. Institucionalmente, más que separación, se tiende a la confusión de poderes, pues todos dependen de la partidocracia.

 

En suma, la democracia degenera en el poder extraparlamentario de los partidos que oscila entre la dictadura de un partido o de una coalición de partidos y la desintegración del Estado.

 

Contrarrestar las tendencias partidocráticas debe ser una tarea permanente, si se desea "mantener democráticas a las democracias".

 

Ninguna democracia puede existir si sus partidos principales no son democráticos. Los partidos deben siempre estar dispuestos a ser una fracción del todo, un punto de vista de la sociedad, una opción de poder frente a varias. Tampoco han de aspirar al monopolio de las elecciones, sino permitir las candidaturas independientes sobre todo a nivel de las localidades. En lo interno, la selección, renovación y nominación democrática de sus dirigentes y candidatos, parecen prevenir las tendencias hacia la partidocracia.

 

Hay también quienes consideran que la implantación del escrutinio secreto  en la práctica parlamentaria podría constituir un freno a las tendencias oligárquicas de los partidos.

 

Otros ven en la despolitización de la administración pública mediante su profesionalización, un medio de luchar contra la confusión de poderes provocada por la partidocracia, e inclusive llegan a proponer la reivindicación de la administración local para los propios ciudadanos sustrayéndola de la ingerencia de los partidos.

 

3. La mediacracia.

 

Desde la aparición de la prensa se ha tenido conciencia de su poder en la conformación de la opinión pública. Pero con la invención del cine y de la radio, que superaban muchas de las limitaciones de la prensa escrita, se atribuyó a los medios masivos un poder inusitado, no sólo para cambiar las actitudes de la gente sino para alterar su conducta. Se creyó que los ciudadanos eran incapaces de resistir la persuasión de la propaganda, cuyos mensajes iban directamente de los medios a las mentes de los individuos, en donde eran inmediatamente asimilados en forma de cambios en los sentimientos y actitudes, capaces de producir la conducta deseada por la fuente del mensaje.

 

Posteriormente, ante la evidencia de investigaciones empíricas, se llegó a la conclusión de que los efectos de los medios masivos sobre las actitudes y los comportamientos eran limitados y aun en los casos en que ocurrían, estaban mediatizados por otros factores, como las predisposiciones derivadas de condiciones socioeconómicas y culturales, de los líderes de opinión, etc. De este modo se pensó que los individuos utilizaban el contenido de los medios para apoyar o reforzar, no para formar, las opiniones a las que ellos mismos llegaban en virtud de sus predisposiciones sociales.

 

Hoy vivimos cada vez más en sociedades dispersas, integradas por individuos cuyas relaciones primarias no son con grupos sociales, sino con los medios masivos, principalmente con la radio y la televisión. El impacto de los medios masivos en las actitudes y el comportamiento humano continúa en discusión ante evidencias contradictorias.

 

Sin embargo, existe acuerdo de que aunque los medios no cambien actitudes, si influyen en las conciencias, porque la gente se apoya en ellos para informarse, y por consiguiente, coloca a los medios en una posición de influencia sobre sus percepciones. Si bien, "la prensa puede no ser exitosa al decir a sus lectores qué pensar, es pasmosamente exitosa al decirle a sus lectores en qué pensar". Este es su enorme poder: determinar cuáles eventos,  cuáles personajes y cuáles asuntos deben ser cubiertos a diario, en dónde y a quién enfocar su atención, y establecer prioridades justamente al cubrir algunos asuntos, e ignorar otros.

 

De este modo, la gente no sólo aprende acerca de esos asuntos a través de los medios, sino también deduce qué tanta importancia debe darles en virtud del énfasis puesto en ellos por los medios masivos. En suma, la agenda política de la sociedad actual la establecen los medios.

 

Durante las campañas, por ejemplo, lo que los votantes ven en los periódicos y en la televisión, o escuchan por la radio, afecta lo que ellos perciben como eventos importantes, asuntos críticos y contendientes serios, así como lo que ellos aprenden acerca de las personalidades y las posiciones de los candidatos.

 

Por eso, los medios representan una nueva y creciente concentración de poder que puede conducir a la mediacracia, al gobierno de los medios masivos, especialmente electrónicos, no como una dictadura visible, sino como una fuerza sutil y persuasiva que define los asuntos públicos, suplanta las instituciones tradicionales y reordena los procesos políticos.

 

La democracia se ha construido sobre la comunicación: nació con la palabra no con la fuerza, se basa en la deliberación no en el capricho, usa buenas razones no armas poderosas, busca el consenso no el conflicto, pretende la paz no la guerra, y se finca en la cooperación no en la competencia. Así, la comunicación ha sido y sigue siendo, ahora por medios electrónicos, el principal vehículo de la democracia. Todo aquello que impida, limite o manipule la libre comunicación, impide, limita y manipula la democracia.

 

En una democracia, los medios masivos de comunicación deben permanecer abiertos a todo aquel que tenga algo que decir. En consecuencia, el enorme poder de los medios debe mantenerse al servicio de la democracia. Ninguna persona o grupo debe tener el monopolio de decidir qué ideas o cuáles personalidades promover o suprimir porque cancelaría la primera libertad: la de expresión.

 

4. La ciudadanía.

 

Para la democracia el ciudadano no es un mero sujeto, que presta sus servicios con obediencia a un monarca; tampoco es un cliente pasivo de las burocracias gubernamentales; el verdadero ciudadano es un participante activo en la política y de algún modo, ocupado en el gobierno de su comunidad. En este sentido, la democracia significa ciudadanos que se gobiernan a sí mismos.

 

La democracia no sólo se manifiesta en el número de electores que votan en las elecciones, sino sobre todo, en la proporción de ciudadanos activos, de los que realmente participan en la función de gobernar a la sociedad a la que pertenecen.

 

Una medida elemental del grado de democracia que ha alcanzado una sociedad es la conciencia que tienen los individuos de su carácter de ciudadanos, de su pertenencia a un cuerpo político, de su condición de hombres y mujeres capaces de expresar juicios públicos, y no sólo hablar de sus deseos  y necesidades privadas.

 

A pesar de la importancia de la participación ciudadana, la realidad es la indiferencia y abstencionismo de vastos sectores de la población. Por ejemplo, según una encuesta, en EUA  una cuarta parte del electorado nunca discute sobre política o asuntos públicos, y otro tanto, lo hacen cuando más una vez a la semana.     

 

Otro estudio similar, encontró que la estructura de la opinión pública se asemejaba a una pirámide, en cuyo vértice se encontraban los que toman decisiones: alcaldes, candidatos, gobernadores, consejeros de la ciudad, presidentes, miembros del congreso, senadores, los cual representan un número verdaderamente pequeño. Un 10% estaba constituido por personas que se involucran en la política de alguna manera, que firman peticiones, envían oficios a las oficinas gubernamentales, participan activamente en las campañas, etc. Otro 15% lo constituían los que no se involucran activamente en la política, pero que de alguna manera están al tanto de lo que sucede dentro de ella, o por lo menos ven los noticieros de televisión. Y, lamentablemente, el 75% restante lo conformaban los que no están interesadas en la política ni en los asuntos públicos, a los que se llama cortésmente la masa.

 

El problema de la participación ciudadana  es grave en casi todas las democracias. ¿ Más que un zoon politikon, el hombre es un ser aislado, egoísta y competitivo? Con frecuencia, el más corrosivo cinismo  y la más pesada indiferencia acerca de la democracia son expresadas por gente, cuyos propios logros no hubieran sido posibles sin las libertades democráticas que da por sentadas.

 

¿El sistema representativo expresa el deseo ciudadano de encomendar el gobierno a una minoría de ciudadanos profesionales, que así deberían ser los políticos, para que la gran mayoría sólo periódicamente los controle mediante su voto?

 

¿Han fracasado los partidos y los sistemas electorales en ofrecer a los electores candidatos y plataformas acordes con sus expectativas y capaces de alentar el entusiasmo por la política y revivir el espíritu cívico?

 

¿Será que las campañas cada vez les dicen más y más a los votantes sobre menos y menos, sin ninguna relación con sus preocupaciones diarias?

 

¿Será que los candidatos al esforzarse por parecer enormemente talentosos, crean expectativas que no pueden satisfacer, y así contribuyen a la apatía del votante y la subsecuente insatisfacción con el gobierno?

 

¿Será que los candidatos al atacarse entre sí mañosamente, provocan que los ciudadanos los crean igualmente poco éticos e incompetentes,  y refuerzan la apatía del votante y la imagen de desprestigio del gobierno?

 

El problema de la falta de interés de la ciudadanía en los asuntos públicos es complejo y varía en sus causas y consecuencias en cada país y hasta en cada distrito. Lo grave es que sin la participación ciudadana la democracia degenera en una especie de oligarquía de elección, que tarde o temprano cae en la autocomplacencia, en la corrupción y en la kakistocracia.

 

5. La tecnología.

 

El mundo está sujeto a un cambio tecnológico radical y rápido que está alterando el significado de la democracia, creando nuevas condiciones que amenazan a las instituciones libres, pero que también abriendo la posibilidad de nuevas libertades. Hay también nuevas formas de desigualdad escondidas en el "analfabetismo de la computación" y en la falta de acceso a las nuevas redes de información,

 

Las nuevas tecnologías pueden facilitar la libertad y apoyar la igualdad tan efectivamente como obstruirla y minarla. ¿Incrementarán la participación política o la represión?, ¿Asegurarán el dominio de las élites tecnológicas, como ya sucede en el tercer mundo, dejando al resto al margen, o harán la tecnología disponible para el ciudadano promedio? ¿Servirán al interés público o para incrementar las ganancias privadas? En suma: ¿Emanciparán e igualarán, o reprimirán y dominarán?

 

En la actualidad, la relación política y persuasión se ha desequilibrado por el advenimiento de una nueva tecnología, que parece capaz de crear candidatos con una "personalidad" manufacturada, inventada, que contendiendo con "personalidades" también inventadas, convierten a las elecciones en concursos de personalidades.

 

Parece también factible jugar con el cerebro de la gente y manipular su conducta; invadir los espacios privados y la esfera de los derechos; terminar sutilmente con la libre expresión, la privacidad y la conciencia independiente mediante nuevas formas de coerción y penetración basadas en las técnicas de vigilancia electrónica y los archivos de datos de las computadoras.

 

Pronto, la comunicación mediante satélites podrá imponer una visión única de la cultura y de las noticias, un estándar de gobierno, o bien servir a los poderosos como herramientas de desinformación.

 

Para algunos la única salvaguarda ante estas eventualidades es mantener la pluralidad, pero la tecnología tiende a crear y a fortalecer el monopolio. Por eso, para otros lo que se necesita es una nueva Carta de Derechos Electrónicos, ya que las garantías de las antiguas libertades parecen ya estar obsoletas.

 

En contraste, la democracia del mañana puede beneficiarse enormemente de la diseminación de la tecnología de la información, del microchip y de la computadora. Si ya hay teleconferencias, ¿por qué no telemítines, televotos y programas cívicos, o mecanismos para la creación de agendas de debate político? En la futura villa global electrónica será posible regresar algún día a la democracia directa, ya no con una comunicación cara a cara sino pantalla a pantalla mediante sistemas interactivos, en una plaza pública planetaria.

 

Es de esperar optimistamente, que si la democracia moderna surgió prácticamente con el inicio de la revolución industrial y se ha ido transformando conforme al desarrollo científico y tecnológico del siglo XX, lo mismo se adaptará a las estaciones espaciales, al armamento laser, a la agricultura submarina, a la ingeniería genética, a los microrobots médicos y a tantos inventos que todavía ni siquiera podemos imaginar.

 



6. Democracia formal.

 

La estructura económica y social, así como las características culturales de la sociedad, refuerzan, o limitan y hasta anulan a la democracia. La importancia de estos factores ha sido reconocida desde el establecimiento de los primeros regímenes democráticos modernos, que en un principio sólo concedieron la ciudadanía a los propietarios y a los letrados, pero dejaron al margen a las grandes masas, lo que mereció que sus críticos los tildaran de "democracias burguesas". Cuando el sufragio universal se hizo realidad en condiciones de gran desigualdad,  también pronto se tuvo conciencia de que las condiciones materiales de la mayoría de la población vaciaban de contenido estos nuevos derechos, y la democracia se hacía más aparente que real. Surgió así lo que se denominó la "democracia formal". Hoy, pese al avance del sufragio universal y a la incorporación a la ciudadanía de mujeres y jóvenes, muchas democracias siguen siendo formales debido a las condiciones de su economía, estructura social y cultura.

 

a. La economía.

 

El dinero todavía compra poder, y la riqueza puede afectar al poder político, aun en donde el voto de un ciudadano rico cuente formalmente igual que el de uno pobre. Así, detrás de todo sistema político está un sistema económico en el cual el poder del dinero y de la clase pueden distorsionar su carácter democrático.  Por eso la pobreza puede constituir un obstáculo para la instauración y el mantenimiento de la democracia. Por eso, la mayoría de los países pobres no son democráticos, y el grueso de las naciones con gobiernos democráticos son sociedades de clase media, aunque la prosperidad tampoco sea una garantía para la democracia.

 

La pobreza generalizada, siempre unida con la ignorancia, hace posible la manipulación electoral y el clientelismo. De ahí que una sociedad democrática requiera que la política sea acorde con la economía, que la libertad dada por lo privado y el pluralismo económico sea reconciliada con la igualdad demandada por la justicia.

 

En contraste, la riqueza, depositada en las manos de unos cuantos individuos y organizaciones, constituye una forma de poder social que escapa a la responsabilidad democrática y genera tendencias plutocráticas que amenazan o destruyen a la democracia.

 

En consecuencia, entre más distanciadas se encuentren las clases sociales, mayores probabilidades existen de que la democracia, aunque exista en la forma, en la realidad sea asfixiada y aun cancelada por las prácticas políticas que permite la desigualdad prevaleciente.  

 

Por otra parte, el surgimiento de las grandes corporaciones, la proliferación de monopolios de hecho en diversos campos de la economía, y en especial, la aparición de las empresas transnacionales, primeras en darse cuenta del actual proceso de globalización económica, originan nuevas cuestiones para la democracia: ¿Por qué los derechos de propiedad prevalecen sobre los derechos de la ciudadanía democrática para determinar quien manejará los asuntos de empresas cuyas políticas pueden afectar a miles de empleados y cuyas decisiones de producción, ubicación y tecnología se extienden a toda una sociedad y más allá de la misma? ¿En una economía de globalización, la expansión de las grandes corporaciones será a costa de las instituciones democráticas?

 

b. La estratificación social.

 

La democracia aspira a la participación plena, en igualdad de oportunidades, de todos los ciudadanos de una sociedad. Asimismo, la democracia se basa en la renovación constante de ideas y hombres al frente de los gobiernos. Obviamente los alcances de esta participación están determinados por las condiciones económicas y la estratificación social que existan en una sociedad, de modo que a mayores desigualdades sociales, menores oportunidades para la participación democrática plena de toda la ciudadanía. Es decir, democracia y desigualdad son términos excluyentes.

 

Estas desigualdades sociales pueden originar tendencias que van desde la exclusión de importantes grupos de la población, hasta la concentración del reclutamiento de las élites políticas en un sólo estrato social, unos cuantos grupos y comunidades, o en unas pocas dinastías familiares, incompatibles todas ellas con los principios democráticos más elementales.

 

Entre las más importantes desigualdades sociales,  se encuentra, en primer término, la educativa, que conduce a la apatía ciudadana y facilita la manipulación política, al mismo tiempo que detiene la movilidad social y restringe las posibilidades de desarrollo de las naciones.

 

La desigualdad de la mujer, pese a que disfruta del derecho de voto desde hace varias décadas en la mayoría de los países, sigue en orden de importancia, y se manifiesta en el limitado papel que desempeña en el campo laboral e intelectual, y sobre todo, en el ámbito político, cuya escasa integración en actividades políticas, contrasta con su proporción a la par o mayor que el hombre en el electorado de todas las sociedades. Así, para algunos, el grado de democracia de un país debe medirse por el grado de participación que la mujer, en igualdad de circunstancias con el hombre, ha alcanzado, tanto en la política como en todas las actividades humanas.

 

La desigualdad de las minorías étnicas, religiosas o de otra índole, también restan vigor a la democracia, y en muchos países han conducido a la violencia permanente. Si el respeto a las minorías es uno de los valores democráticos fundamentales, cualquier discriminación o exclusión a las mismas, ponen en duda la vigencia de los principios democráticos.

 

c. La cultura.

 

En forma simple, la cultura es el conjunto de patrones convencionales de pensamiento y de conducta, -valores, creencias, reglas de conducta, etc.,- que pasan de generación a generación mediante el aprendizaje. Por eso, para algunos pensadores la democracia es esencialmente una cuestión de cultura, un estado de la mente, una actitud ante la vida, un comportamiento en relación con los demás. La democracia no puede implantarse ni permanecer si no es sustentada en una cultura que comparta sus valores.

 

La cultura democrática se sustenta en la dignidad e igualdad humanas, en la conciencia de que el hombre tiene necesidad de la cooperación social  para poder alcanzar su plenitud, y en la confianza en la razón como el mejor medio para resolver los conflictos. A partir de estos valores fundamentales se deriva la democracia como una forma de convivencia, que otorga el mismo valor a todos, y por lo tanto, igual respeto y oportunidades para buscar su propio desarrollo.

 

Desgraciadamente, no son muchas las sociedades que sustentan su democracia en su cultura. La mayoría son democráticas en el orden político, pero en el orden social, como en la familia, en el trabajo y en relación a la mujer y a las minorías étnicas y religiosas,  mantienen rasgos autoritarios que obstaculizan el avance de la democracia como una verdadera forma de vida, la más civilizada de nuestro tiempo.

 

El problema de la cultura democrática es mayor en las sociedades que por su pasado colonial, aun conservan valores de superioridad racial sobre las etnias que fueron conquistadas, y en las cuales debido a la persistencia de valores adscriptivos, la igualdad de oportunidades sólo es válida para quienes pertenecen a un estrato, comunidad o dinastía familiar, lo cual da origen a cacicazgos de diversos tipos, desde rurales hasta burocráticos, que constituyen una especie de democracia selectiva.

 

El equilibrio frágil.

 

La lucha por la democracia ha tenido que vencer los más diversos obstáculos: desde el derrocamiento de tiranos, hasta la miseria, la ignorancia y los prejuicios. Se ha librado también en muchos frentes: desde el militar de la revolución violenta, hasta el más sutil de la tecnología de la información. Sin embargo, como vida en forma, la democracia tiene que estar permanentemente resolviendo nuevos desafíos y aprovechando nuevas oportunidades, en sociedades cada vez más sujetas al cambio, que en cualquier momento puede romper este equilibrio frágil sobre el cual hoy se levanta la libertad humana. 

 

 

(Tomado de la REVISTA QUORUM)