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Carta inédita de Alfonso Reyes como padrino de los egresados de la Preparatoria Diurna de la Universidad de Morelos

Cuernavaca, diciembre de 1959. 

 

Jóvenes universitarios y amigos míos: 

 

La honra singular, que ustedes han querido otorgarme, es ciertamente, la más alta a que puede aspirar un viejo trabajador de las letras cuando se acerca el crepúsculo de su vida. Nuestra antorcha, que ha comenzado ya a vacilar, parece reafirmar así sus últimos destellos y se alimenta con la dulcísima esperanza de lanzar algunas luces al porvenir. 

 

Decía Goethe: uno de nuestros guías perennes; que si toda la primera parte de nuestra vida, importa singularmente el acervo de nuestras experiencias, nuestro contacto con las realidades del mundo y las lecciones que de ellas inferimos, en la segunda parte de nuestra jornada terrestre, importa ya mucho más lo que hacemos, lo que se llama nuestra obra.

 

Pero hay que añadir todavía un acto tercero a nuestro drama. Cuando se llega a los últimos años, cuando ya, bien o mal, lo esencial de nuestra obra está hecho, entonces lo que más importa es convencerse de que esta obra proyecta algunas enseñanzas y algunos estímulos a las generaciones que se forman. 

 

Para la mujer el sentimiento de la maternidad es concreto, queda encarnado en la familia inmediata, y aun provoca choques de deberes y sentimientos cuando se lo quiere sacrificar a las necesidades del Estado; por ejemplo, cuando una madre anhela esconder al hijo para que tal vez escape a los peligros de sus deberes militares. Pero en el hombre el sentimiento tiende a ensancharse y se vuelve abstracto. En cierto sentido nos parece que los hijos de las nuevas generaciones son todos hijos nuestros, y el directo parentesco de la familia se supera en un rendimiento para con nuestra sociedad y nuestro país. 

 

Nos inclinamos entonces, atentos y amorosos, hacia los que vienen después: quisiéramos ofrecerles como en las manos mismas el último fruto de nuestras fatigas y desvelos; darles lo que sabemos, lo mejor de nuestras conquistas. 

Es así jóvenes universitarios y amigos míos, como yo llego ahora hasta ustedes, anheloso de dejarles en herencia el patrimonio -grande o pequeño, tal vez humildísimo- que he logrado juntar en cerca de sesenta años puestos al servicio de nuestra cultura nacional. 

 

Todos los bienes son perecederos, menos los bienes del espíritu, que nos acompañan hasta el último. De todo puede desposeérsenos algún día, entre los amargos vaivenes de la existencia, menos los bienes asimilados en nuestra mente y nuestras almas. 

 

Que esta convicción los sostenga a ustedes en las bregas contra los azares de su destino. Lo que ahora adquieren y aprenden ustedes es cosecha de porvenir que irá desenvolviéndose en el curso de los años y las estaciones. Su universidad, su escuela, les está proporcionando ahora los instrumentos mínimos e indispensables, la dotación de la mochila que han de llevar consigo en las bregas de su existencia; mis mejores votos los acompañan. Mi gratitud sólo podría plenamente expresarse en la confianza y el orgullo con que los veo salir al palenque y desembocar en la vida con su acarreo de juventud y bravura.

 

Alfonso Reyes