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2024 Ene 03 Inauguraciones Potemkin. Juan Eduardo Martínez Leyva.

Grigori Potemkin (1739-1791) fue comandante en jefe del ejército imperial ruso durante el reinado de la emperatriz Catalina II, la Grande. En 1782 Potemkin invadió Crimea por órdenes de Catalina para controlar las revueltas internas e intentar reestablecer un gobierno favorable a los intereses rusos. Crimea había sido disputada entre Rusia y el Imperio Otomano de Constantinopla hacía tiempo. La invasión derivó finalmente en la anexión formal del territorio de Crimea al Imperio Ruso. En 1783 la emperatriz emitió el documento de anexión y, ese mismo año, el gobierno otomano firmó el tratado en el que aceptaban la pérdida de ese territorio en favor de los rusos.

Potemkin fue nombrado gobernador de Crimea y su principal encomienda era mantener la estabilidad política, siempre amenazada por los tártaros musulmanes, y procurar el progreso de la provincia. La reconstrucción material de las aldeas era una necesidad de primer orden, después de los estragos generados por años de guerras y destrucción.

Durante 1787 la emperatriz realizó un viaje a Crimea para verificar su progreso bajo el mando de Potemkin. Catalina hizo un largo recorrido que duró medio año, acompañada de una comitiva de cortesanos y embajadores, en el que no quedó pueblo o aldea importante sin visitar. Convencida de los avances, quería impresionar a sus acompañantes y al mundo, de lo que los rusos eran capaces de hacer por un pueblo que antes vivía en la pobreza y la ignorancia.

Hay que decir que Catalina la Grande era admiradora del movimiento de la Ilustración francesa, en especial tenía en alta estima a Diderot y Voltaire, con los que mantuvo comunicación epistolar. La emperatriz pretendía “occidentalizar” a la atrasada Rusia, llevarle el progreso material, las artes y la cultura europea de la época. Su actitud modernizadora contrastaba con su férreo autoritarismo y represión contra el pueblo y las minorías étnicas. Ello le valió que se le ubicara dentro del llamado “despotismo ilustrado”.

Era interés del gobernador Potemkin causar una agradable impresión a Catalina, por lo que, ante la falta de resultados reales -palpables y comprobables- que ofrecer, se las ingenió para crear una escenografía que mostraba de manera fraudulenta un progreso ficticio.

Los edificios viejos y arruinados fueron pintados y remozados por fuera, si alguien echaba una mirada a su interior, la ruina y la destrucción ahí permanecían. Se construyeron fachadas con bellos diseños de casas, negocios y edificios públicos como los utilizados posteriormente para las producciones cinematográficas. Soldados y empleados del gobierno fueron puestos a caminar despreocupados por las aceras, vistiendo ropajes correspondientes a personajes típicos de un pueblo próspero.

Navegando a lo largo del rio Dnieper, la emperatriz llegaba a una aldea, desembarcaba y veía satisfecha lo que se le mostraba. Luego emprendía su camino hacia la siguiente población. Se dice que Potemkin ordenaba desmontar todo y durante la noche se transportaba el escenario al pueblo que seguía en el itinerario, donde se volvía a montar el engaño. La buena impresión que se llevaba de cada sitio visitado, la hacía creer que su gobernador y antiguo amante había logrado realmente una gran transformación de Crimea.

Algunos piensan que Potemkin fue injustamente juzgado por la historia y que a menudo se exagera sobre sus pantomimas para engañar a Catalina y dejar en ella una impresión intencionadamente falsa de su trabajo como gobernante. Algunos argumentan que el engaño, si existió, en todo caso iba dirigido a los representantes de países extranjeros que la acompañaban.

Exagerado o no lo que haya hecho el comandante ruso, el término “pueblo Potemkin” o la simple expresión “Potemkin” se usa para referirse a “cualquier construcción falsa o hueca, real o metafórica, cuyo único propósito es proporcionar una fachada externa positiva a un país en ruinas, a un gobierno al que le va mal y no tiene buenos resultados”, o a una situación desfavorable que se quiere “maquillar”. La fachada Potemkin busca hacer creer a la gente que la situación es mucho mejor de la que realmente es.

La lluvia de inauguraciones de obras públicas inconclusas, o que aún no cumplen su función, que el presidente ha encabezado en las últimas semanas, a escasos meses de que concluya su mandato, lleva a la siguiente cuestión: ¿cuál es la motivación o necesidad política de cortar listones de construcciones a medio terminar o francamente inoperantes?

En la urgencia por inaugurar lo que aún no funciona se ve cierta desesperación por implantar la precepción de que este gobierno hizo mucho, pero, sobre todo, dejar marcado claramente, en cada caso, el supuesto “legado” personalísimo del actual presidente. Dejar impreso en el imaginario de la nación el nombre del auténtico creador de tal o cual obra, para que en el futuro – si es que, con suerte, llegasen a servir- se recuerde al “benefactor” con reverencia. Para que no quede duda de ello, algunos listones han sido cortados dos o tres veces. Se exhibe así una visión patrimonialista del ejercicio del servicio público.

La función de la obsesiva inauguración anticipada es equivalente a la de las placas de metal utilizadas durante largo tiempo, en las cuales los gobernantes dejaban grabados sus nombres para la posteridad, en cualquier obra construida con recursos públicos. Fue el presidente Miguel de la Madrid el que acabó con esta costumbre nada republicana de los gobernantes, de querer pasar a la historia subrepticiamente en las placas de bronce develadas. En abril de 1983 emitió un “Acuerdo por el que se dispone se supriman los nombres del C. Presidente de la República, de los Funcionarios Públicos, así como el de sus cónyuges o parientes hasta el 2° grado, en las placas inaugurales de las obras públicas llevadas a cabo con recursos federales.”

En ocasiones pareciera que se ha confundido -sustituido- el ritual de colocar la primera piedra, que marca simbólicamente el inicio de la construcción de algo, con la ceremonia final para ponerla en marcha, que es precisamente lo que significa la inauguración. Se muestra una especie de pensamiento mágico mediante el cual se cree que la frase, “declaro inaugurado…”, trae a la vida algo que aún no es real. Inauguro y luego existe.

Las imágenes que circularon profusamente de la reciente inauguración de la llamada Megafarmacia del Bienestar, muestran unas amplísimas bodegas de un aspecto impecable, muy bien puestas, pero con sus enormes estantes casi en su totalidad vacíos. ¿El anuncio de la construcción de la Megafarmacia resuelve el problema del desabasto de medicinas? ¿O, por el contrario, es una obra Potemkin, una fachada engañosa, para ocultar un grave problema que este gobierno ha intentado resolver de diferentes formas y no lo ha logrado?  

 

 

Tomado de: Crónica