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2025 May 4 Una nueva oportunidad. Carlos Carranza.

Desempolvaron lo relativo al famoso Fobaproa para invalidar las palabras de Zedillo.
Contemplar la destrucción de nuestra casa en medio de un fuego cruzado, sin inmutarse, sin el menor signo de alarma, y dejando todo en manos de un caprichoso destino cuya urdimbre es tejida con los hilos del engaño, la desmemoria y el cinismo.

El desasosiego se apodera de cualquiera cuando se observan las cloacas que se destapan cuando se escarba en la epidermis de la historia de nuestra cortesilla política, cuando se amenaza con seguir abriendo los drenajes con tal de mantener cerrada cualquier posibilidad de crítica o juicio. En cierto sentido eso es lo que se ha observado durante los últimos días en nuestro país, evidenciando la calidad de protagonistas que hoy mueven las fichas en el tablero del poder.

Desde hace mucho tiempo se tiene claro que para López Obrador y Claudia Sheinbaum la crítica, el análisis y toda conclusión que ponga en entredicho su pretendida popularidad es algo que se debe acallar desde la tribuna del poder, a toda costa y sin miramientos, bajo las estrategias más propicias: la descalificación sistemática, la reinterpretación maniquea de la realidad y de la historia, además de sostener el imperio de los “otros datos” –aquellos que sirven para sostener una narrativa llena de espejismos– y de la soberbia que brinda el poder desde la altura de los adobes.

Así, bajo esta idea, durante los últimos días pudimos ser testigos de un singular enfrentamiento entre la actual titular del Poder Ejecutivo y el expresidente Ernesto Zedillo, un zafarrancho retórico en el que hay aspectos y temas que, en otro tipo de sociedades, bien podrían valer un poco más que un simple escándalo de carácter político.

Vaya diversión tan amarga la que nos obsequian los protagonistas de este absurdo, una suerte de teatro del esperpento en el que la trama se enreda con sus propias lenguas y se puede anticipar, desde la primera escena, que la desventura recae específicamente en la sociedad.

Era más que previsible la reacción de la actual huésped de Palacio Nacional ante los señalamientos del expresidente Zedillo. Quizá, con un poco más de cautelosa mirada, dicha crítica pudo pasar más que inadvertida; sin embargo, también se sabe que las mentes brillantes del actual gobierno no desaprovechan la oportunidad de levantar polvo, humo y fuegos artificiales para tratar de desviar la atención de aquello que son los problemas sustanciales, poco favorables para el oficialismo: tal vez sería de mayor provecho hablar acerca de la próxima elección de los miembros a ingresar al Poder Judicial cuya trayectoria está más ligada a procesos judiciales vinculados con el crimen organizado, las marrullerías políticas, sus filias partidistas y su falta de preparación, todo ello gracias a la tan conveniente miopía de quienes validaron sus candidaturas.

Y vaya que allí se tiene mucho por esclarecer y observar, pues estamos a la puerta de un proceso que nos coloca a merced de lo más irracional en lo tocante a la justicia. O tal vez podríamos continuar subrayando lo que sucede en los llamados “campos de entrenamiento”, que evidencian lo que se ha dejado de hacer durante los últimos años y décadas en lo tocante a la violencia.

Pero la reacción allí está, colocada en la mesa: desempolvaron lo relativo al famoso Fobaproa para invalidar las palabras de Zedillo. Que no se olvide que ese mecanismo fue la bandera de algunas personas que formaban parte de la añeja oposición y que hoy son parte del oficialismo.

No obstante, también se colocan los nombres de quienes, en ese entonces, hicieron posible que el Fobaproa se constituyera como una realidad o que en alguna medida fueron beneficiarios de dicho rescate financiero. Pero tal vez se omitió un detalle: varios de esos terribles enemigos hoy son parte del gobierno y del oficialismo gracias a las mágicas indulgencias que se les han otorgado y al pragmatismo del poder que tanto les ha funcionado.

Quizá sea viable aprovechar esta nueva oportunidad para esclarecer y señalar, con la transparencia obligada, lo que implicó el llamado Fobaproa y, por supuesto, asumir el reto –planteado por Zedillo– de auditar las obras faraónicas del sexenio pasado. Si es cierto que “quien nada debe, nada teme”, se podrían desclasificar los aspectos económicos de dichas obras que, vaya suerte, han quedado bajo la llave de la secrecía militar.

Pero en esa comedia de enredos sólo contemplamos el absurdo y el cinismo al toparnos con otros detalles: la desaparición de organismos autónomos cuya función estaba encaminada a promover dicha transparencia gubernamental; así, poco se puede obtener de un gobierno que pretende ser juez y parte para garantizar su opacidad, para mantener el espejismo de un país en el que nada es tan relevante como su propia imagen reflejada en la ciénega de la simulación.

Académico
@carloscarranzap

 

 

Tomado de: Excélsior