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2025 May 12 El exceso, las desigualdades y la estratósfera. Mario Luis Fuentes.

En un mundo atravesado por contradicciones flagrantes: desigualdad estructural, pobreza —en todas sus dimensiones y magnitudes—, marginación y exclusión económica y social, la realidad se torna aún más desconcertante ante la amenaza latente de un conflicto nuclear. El mundo vive, una vez más, bajo el signo de lo apocalíptico, no como una metáfora, sino como una posibilidad efectiva. Esta situación plantea una paradoja que roza lo obsceno: los recursos que los Estados dicen no tener para erradicar el hambre, garantizar el derecho a la salud o combatir la crisis climática, sí existen cuando se trata de financiar armamento de destrucción masiva, equipamiento para tropas y entrenamiento de élite para “estar preparados” por si el conflicto llega.

Tal contradicción evidencia que no es la escasez lo que define el horizonte de lo económico, sino el modo en que desde los arreglos del poder se decide el destino del gasto del excedente. Bataille, en su texto La parte maldita, expone una tesis radical que subvierte la economía clásica: la economía general debe centrarse en el excedente y no en la carencia. Para él, toda sociedad produce más de lo que necesita para subsistir, y el verdadero dilema político y ético es cómo se gasta ese excedente. El gasto no es accidental: está cargado de sentido, de poder y de valores. Puede orientarse a la guerra, a la destrucción, o bien a lo que llama el “gasto soberano”: una forma de dispendio que trasciende la lógica de la utilidad y apunta a la afirmación de la potencia del Estado.

En este sentido, resulta profundamente sintomático que, a cinco años de que se cumpla el plazo para el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la mayoría de ellos estén lejos de alcanzarse. El acceso universal a la educación, la erradicación del hambre, la igualdad de género o la acción climática efectiva se han mantenido subordinados a la lógica de acumulación, al punto que hoy presenciamos cómo unos pocos pueden pagar viajes turísticos a la estratósfera mientras millones viven sin acceso a servicios básicos. El exceso existe, pero se gasta no en virtud de un principio de solidaridad o equidad, sino en clave de espectacularidad del poder y de exclusión para las mayorías. La economía se vuelve aquí un rito sacrificial donde lo que se quema no es la riqueza inútil, sino la esperanza colectiva.

México representa una versión concentrada y aguda de estas paradojas. A pesar de los esfuerzos discursivos por combatir la desigualdad, el modelo económico vigente sigue operando sobre un sistema fiscal profundamente regresivo, a través del cual el Estado literalmente o beneficia o subsidia a los más ricos, mientras que, al contrario, limita su propia capacidad para realizar inversión pública en beneficio de la colectividad. De esta manera, se perpetúa una economía dual: por un lado, una élite con acceso ilimitado a recursos de todo tipo y, por el otro, una mayoría excluida de los beneficios del crecimiento económico, condenada a la informalidad, al trabajo precario o a la migración forzada.

La economía política en México no sólo tolera esta situación: la reproduce activamente. Como lo advertía Bataille, el problema no es cuánto se tiene, sino quién decide cómo se gasta. La concentración de la riqueza y el control del excedente son fenómenos indisociables del ejercicio del poder. En este sentido, las decisiones económicas no son neutras ni técnicas: son decisiones políticas, determinadas y orientadas por la voluntad de dominación.

La posibilidad de otra economía —una que no sacrifique el futuro por la codicia presente— exige una nueva política del excedente. Una política que no niegue el gasto, sino que lo oriente hacia lo común: salud, educación, infraestructura verde, cultura y cuidado de la vida. Porque, como lo planteó Bataille, el problema de fondo es cómo gastamos, para qué y para quién. En el exceso se revela la verdad última de una sociedad: o se consagra a la destrucción y la frivolidad o se entrega a la afirmación de la vida.

 

 

Tomado de: Excélsior