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1951 Dominaciones y potestades. George Santayana.

Si la clave de la política reside en el gobierno y la del gobierno en el poder, la historia política de la humanidad es la historia del poder. […]

La máxima de que el poder corrompe, como tantas otras máximas, sólo es verdad a medias. Se dan a veces casos de ello; pero lo que corrompe no es el poder mismo, en aquellos que nacieron o están preparados para ejercerlo; lo que corrompe es más bien la nueva atmósfera que envuelve a una naturaleza mediocre, seducida por el gran mundo y perdida en él, cuando estaba acostumbrada a una moral nimia, a mudas pasiones hambrientas y a rutinarios hábitos provincianos. El parvenu está intoxicado por la oportunidad de realizar cosas grandes y acertadas, que nunca se le habían presentado anteriormente, y, al realizarlas, comete desatinos. Pero para un jinete, el encontrarse a caballo sabiendo montar, acelera sus facultades y exalta sus propósitos; porque ningún artista verdadero vive si no es en la vida de su obra.[…]

CAPÍTULO 1
Título y asunto de esta obra

Las palabras Dominaciones y Potestades, que damos como título de esta obra, no se hallan aquí empleadas ni como sinónimos ni como una redundancia retórica. La jerarquía celestial de que tomo estos nombres está formada por órdenes de espíritus encuadrados en una hueste, en la que cada rango, más aún, cada individuo, tiene una naturaleza y un empleo especiales. Así, pues, doy a Dominaciones un significado completamente distinto y más complicado que a Potestades, y la relación entre ambas constituye el asunto de esta obra.

Todas las Dominaciones implican un ejercicio de poder (power); pero, a mi entender, no todas las Potestades (Powers) son Dominaciones. La diferencia no estriba en la fuerza o preponderancia de la influencia ejercida, pues no todo poder irresistible, por el mero hecho de ser irresistible, puede considerarse Dominación. Por el contrario, si un poder predomina por su propia virtud, tal como la atmósfera o la fuerza de la gravedad sobre la superficie terrestre, y de modo tal que la vida ha surgido y se ha desarrollado bajo su constante influencia, dicho poder no ejerce dominación alguna, sino que viene a ser un requisito previo indispensable para el desarrollo de cualquier género de vida libre en este mundo.

En otras palabras: la distinción entre Dominaciones y Potestades no es física, sino moral. No depende del grado de fuerza que ejerce el agente, sino tan sólo de su relación con la vida espontánea del ser a que afecta. El mismo Gobierno que es potestad benigna y útil para una clase o provincia puede ejercer una cruel dominación sobre otra provincia u otra clase. La distinción, pues, nace al considerar a tal o cual persona o sociedad que se halla en posesión de intereses iniciales propios, pero rodeada por circunstancias incontrolables; circunstancias que, según la persona o la sociedad, podemos dividir de momento en dos clases: una, constituida por circunstancias favorables o neutras; y otra, por circunstancias fatales, destructoras o inconvenientes; todas estas últimas, cuando no hay posibilidad de evitarlas, se convierten en Dominaciones.

Una relación moral de esta clase es de suyo elástica. Ocurre a veces que una criatura que se ha desarrollado saludablemente bajo una determinada estructura de poderes se ve lanzada de repente en brazos de otra estructura, de la misma manera que cuando cae al mar por la borda un hombre de tierra adentro. Al principio, el agua salada es para él un tirano irresistible, aunque no lo sea para los peces. Y si ese hombre de que hablo escapa con vida y se hace marinero, y se construye una barca que sea para él como un segundo cuerpo semejante al de un pez, poco a poco irá aprendiendo a vivir en el mar casi como en su casa, y a utilizar los vientos y las mareas para nuevos propósitos y designios. Su base y sus recursos habrán aumentado entonces y los inhumanos poderes del mar se habrán convertido ocasionalmente en algo amistoso y útil para él, aunque no hayan dejado de ser irresistibles.

La necesidad física y el destino, cuando no se los considera supersticiosamente, son, desde luego, los únicos cimientos sólidos y verdaderos del desarrollo natural de la vida, y sólo de manera accidental se convierten en Dominaciones cuando nos encontramos dotados y preparados para otra cosa, o hemos puesto nuestras ilusiones en algo tan imposible que todas las condiciones naturales nos resultan intolerables. El juego de las fuerzas y las exigencias políticas es, por su misma naturaleza, muy complejo, y no suele ser muy ostensible. Tanto el gobernado como el gobernante son volubles y oscilan de un hábito a otro o de una noción a otra, sin perspicacia ni autoconocimiento; pues el pueblo ansia reformar el gobierno y el gobierno aspira a reformar el pueblo, cuando ni uno ni otro son capaces de reformarse a sí mismos.

Entretanto, la naturaleza, en medio de estas ciegas corrientes y continuas catástrofes parciales, se ingenia para dar a luz numerosas contingencias felices, y, de vez en cuando, se vislumbra un acercamiento a la armonía entre los impulsos formadores de la vida y la presión contraria de los poderes ambientales. Son estas realizaciones vitales las que realmente me interesan, pero sólo de paso puedo esperar indicarlas o detenerme apenas un momento en describirlas. Pues el tema del libro lo forman sobre todo las circunstancias que permiten la maduración de estos frutos o bien aquellas que los malogran en embrión, según los casos. Me interesa la suerte de las Virtudes potenciales en manos de las Dominaciones y Potestades; pues habéis de saber que existe también una jerarquía de ángeles llamada Virtudes, nombre que emplearé a veces para indicar algo de vital importancia y que suponemos se da tanto en las Potestades como en las Dominaciones. Consideramos como Virtudes, en oposición a Potestades y Dominaciones, a aquellos espíritus, perfectos en sí mismos, que poseen tan sólo una vida vegetativa o lírica y que no han sido destinados a ejercer influencia alguna sobre otros seres. Su existencia, inconscientemente sin duda, llega a influir en el orden y en el movimiento del mundo, y podría constituir su mayor belleza; podrían ser las flores de este jardín. En lo que a la humanidad se refiere, las virtudes serían, por ejemplo, dones tales como la salud, el ingenio, la inspiración poética, incluso la bondad y la pura inteligencia. Realmente, basta mencionar la bondad y la inteligencia para comprender cuán cerca está la virtud de ser, por accidente, un poder. De hecho, la vida misma es intrínsecamente una virtud en el cuerpo que la posee, hasta el punto de que se adivina una gran cantidad de virtud en cualquier capacidad para ejercer poder; y mucha más aún para ejercer dominación. La sociedad humana debe todo su calor y vitalidad a la virtud intrínseca de sus miembros. Mas como en política no tratamos de la vida espiritual o física de los individuos, no menciono por ello las Virtudes en el título de esta obra, ya que se ocupa esencialmente de política y sólo indirectamente de la total filosofía de la vida y del espíritu. Sin embargo, aunque no se haga mención frecuente en ella de estas Virtudes fundamentales y últimas, espero que el lector las sentirá aletear continua y silenciosamente sobre estas páginas.

 

CAPÍTULO 2
La esfera de la política

La tarea del filósofo en el campo de la política se limita a los asuntos humanos, con lo que se ve libre de muchos escollos en que tropezaría dentro de la física o de la biología. No necesita preocuparse de verdades más profundas que las meramente convencionales. No tiene que considerar más que los acontecimientos y las fuerzas reales, aun cuando estos vayan acompañados de un séquito moral y mental. En este sentido, el filósofo es, no un escritor de novelas históricas, sino un hombre de ciencia, con las responsabilidades inherentes a todo investigador de la verdad. No necesita profundizar en su contacto con los hechos ni más ni menos que lo que ya han ahondado o puedan profundizar otras personas. Su campo coincide así con el del novelista histórico o el del escritor psicólogo. Compone un drama tal y como este drama podría haber sido vivido, pero con una diferencia: la de que su interés, si no es un hombre de partido, nunca será del todo emocional ni estará centrado en lo episódico, sea glorioso o aciago, del drama, sino que será un interés filosófico, que le permitirá atravesar la superficie anecdótica de las experiencias y llegar a las causas y condiciones que las originaron.

El que estas causas sean todas físicas constituye, dentro de una filosofía naturalista, una suposición, o más bien, una tautología. La historia acontece en el mundo material, mundo que existía con anterioridad a que la historia empezase y que la hizo posible por su natural desarrollo biológico. Los seres humanos nacen de la tierra y continúan dependiendo de ella, no sólo para su sustento, sino también en virtud de millares de accidentes ocasionados por su variable fertilidad y su rápida superpoblación. Sin embargo, las reacciones de los diversos hombres ante el clima, la escasez o las rivalidades de raza no son idénticas. Por muy grande que sea la presión del medio geográfico, si los hombres no fueran físicamente hombres, si su desarrollo personal, racial y biológico no fuera el que su naturaleza heredada dictó, no habrían surgido sociedades específicamente humanas. El medio ambiente fomenta y selecciona; pero la semilla ha de contener en sí la potencialidad y la dirección de esa vida que ha de ser seleccionada.

Y digo que los seres humanos nacieron de la tierra. Y lo digo sin haberlo visto. Pues es un supuesto general del naturalismo que el hombre, una vez hecho, no fue descolgado del cielo a la tierra con una cuerda, como dice Lucrecio. De un modo o de otro, sea como sea, el hombre ha nacido de la tierra. Con esto no se quiere decir que brotara en su día como nacen ahora los cardos en un barbecho; sino que, ya en el prístino estado plástico del planeta, y lanzada a la tierra por quién sabe qué radiaciones etéreas y estelares, yacía latente la potencialidad de la vida, la potencialidad de todas las clases de vida.

Toda criatura, todo gobierno surgirá de la tierra con tal que las circunstancias lo permitan. «Tierra» no indica aquí sino las infinitas posibilidades del Ser, reducido en cada caso, por accidentes locales previos, a una forma particular arbitraria, y con ciertos poderes limitados de transformación. En política podemos suponer casi constantes el orden físico de la naturaleza y la propia naturaleza humana. Todos los climas y todos los pueblos no son iguales; y, aunque tanto los unos como los otros puedan tal vez ser ligeramente modificados por la industria, nunca podrán ser cambiados ni igualados por una teoría. Debemos observar su carácter, y aceptarlo tal como es, con aquellas tendencias a la transformación que ese carácter muestre espontáneamente. Existen períodos de integración, conquista y dominio; hay épocas muy breves de gloria artística y espiritual; y les siguen épocas larguísimas de confuso y monótono aletargamiento del espíritu.

En los tiempos históricos, las revoluciones acaecen más en la intimidad y por la acción de los seres humanos que en virtud de cataclismos externos. El ser humano forma parte del mundo material, y su semilla, al igual que la semilla de cualquier planta, entraña una peculiar organización física. En todos los casos la psique es específica y heredada (aunque puedan darse ciertas variaciones fortuitas) de las del padre y la madre. Esta psique nueva y personal determina todas las potencias y pasiones del hombre, así como sus preferencias por tal o cual forma de asociación y su capacidad para realizarla. Las circunstancias pueden fomentar, modificar o suprimir determinadas inclinaciones; pero sin el alma ricamente dotada del individuo, o sin las almas de un millar de individuos vibrando al unísono, las circunstancias continuarán presentando un escenario vacío, un paisaje sin figuras. Las circunstancias llegan a ser políticas cuando la ambición humana actúa sobre ellas y las incorpora a su servicio. La sociedad se convierte entonces en aquello que la disposición psíquica de sus miembros tienda a hacer de ella.

Así pues, para que una interpretación de la política resulte materialista, no es imprescindible que sea definidamente climática, económica o maltusiana, aunque podrá tener en cuenta todos estos factores, por el papel decisivo que desempeñan en orden a dar rienda suelta o sofrenar los diversos instintos y potencias de la naturaleza humana. Tampoco hay que olvidar el espíritu de iniciativa de los individuos y la propagación de sus palabras y de sus actos, aunque las persuasiones y tumultos que, emanantes de tales fuentes, anegan toda la sociedad, resultan más destructivos que fructíferos cuando no son indicio de una acertada intuición acerca de lo que las circunstancias, en cada preciso momento, hacen posible y adecuado. Si los impulsos humanos convulsionan la sociedad, son las necesidades humanas las que la construyen.

Ni siquiera una interpretación materialista de la política excluye un juicio moral sobre ésta, ni tampoco un vuelo místico por encima de tal juicio. Cada psique —⁠en la medida de su grado de integración, y en tanto que posee una voluntad racional⁠— y cada sociedad —⁠en la medida en que se justifica a sí misma⁠— exaltan sin excepción sus ideales respectivos hasta convertirlos en el módulo de todos los valores de su propia conciencia. Cualquier otra cosa sería mera confusión y relajamiento del espíritu. No es inevitable que un juicio así impida la comprensión intelectual de los intereses, ya contrarios, ya fuera de lugar, de los demás; antes bien, cuando se tiene un conocimiento tan claro de uno mismo para decidir qué es lo que hay que excluir, o incluso combatir, entre todo lo que nos es hostil, no viene sino a fortalecer nuestra genuina moralidad. Moralidad que es la expresión última de la propia naturaleza, por la que uno vive y se diferencia de la nada; moralidad cuyo fervor ético va de consuno con la vitalidad física.

En las naturalezas excepcionales y reflexivas, el desorden y la trivialidad de la vida, aun cuando sea una vida sana, se hacen a veces agobiantes, y, al engendrarse cierta simpatía por los bienes que propugnan las morales opuestas, llénase la propia de patetismo y casi de remordimiento. Y entonces puede inundar la mente una aspiración mística a renunciar a todas las cosas, por amor a todas ellas. La victoria o la prosperidad no nos parecerán ya los bienes supremos y más apreciables para nuestro país o nuestra civilización. Si se logran, se las considerará únicamente como efímeras flores campestres, que hoy florecen y se mustian mañana, y que no son sino una arbitraria manifestación de ese impulso universal de la materia hacia toda suerte de armonías y perfecciones. Y todas las demás armonías y perfecciones que no se puedan alcanzar así, y que tal vez no hayan de conseguirse de ninguna otra forma, vendrán a congregarse a las puertas de nuestro modesto templo. El espíritu se sentirá tentado a escapar de este santuario particular, a abdicar de su identificación con esa sociedad que lo nutrió, y a vagar solo y sin arraigos afectivos, feliz en todos los ambientes y amigo de todo el mundo.

Hasta ese materialismo que llega a justificar la ferocidad en la jungla, puede alumbrar así un espíritu de imparcialidad y abnegación acá en la tierra. Pero, independientemente de lo que pueda alumbrarse en un lugar concreto o justificarse en una persona determinada, la naturaleza, en cualquier parte, conserva la misma libertad que tuvo siempre de ser original y de mostrarse constante, ya que la constancia, una vez establecida, resulta tan natural y contingente como el propio cambio. El imperativo de la naturaleza es suficientemente categórico, pero es también omnímodo. Por eso, cuando este imperativo, sin dejar de ser categórico, se considera como privado y adscrito a algún predicamento especial, una especie de sensación de la infinita fertilidad de la naturaleza llega a quitar en cierto modo al espíritu algo del íncubo de la feroz Voluntad, suavizando casi hasta la tristeza la necesidad vital de sentirse uno mismo.

 

 

 

Índice

Dominaciones y potestades

MANUEL GARRIDO Introducción
La sabiduría política de Jorge Santayana
Un filósofo en pijama
Desde un punto de vista nietzscheano: la «Gaya Scienza» del saber político
El vitalismo naturalista de Santayana y el vitalismo historicista de Ortega
Voluntad, psique, espíritu
La mente militante
La democracia y el buen gobierno
Eclipse y retorno de Santayana
Cronología de la vida y escritos de Santayana
Bibliografía sobre Santayana
JORGE SANTAYANA Autorretrato

DOMINACIONES Y POTESTADES Reflexiones acerca de la Libertad, la Sociedad y el Gobierno

Prefacio
Preliminares
CAPÍTULO 1 Título y asunto de esta obra
CAPÍTULO 2 La esfera de la política
CAPÍTULO 3 Naturalismo
CAPÍTULO 4 Raíces del espíritu en la materia
CAPÍTULO 5 El agente en política es la psique
CAPÍTULO 6 De si el naturalismo es irreligioso
CAPÍTULO 7 Composición y plan de este libro

LIBRO PRIMERO Orden generativo de la sociedad

PRIMERA PARTE Desarrollo en la jungla

CAPÍTULO 1 Orden y caos
CAPÍTULO 2 Nacimiento de la libertad
CAPÍTULO 3 Voluntad primordial
CAPÍTULO 4 Necesidades y exigencias
CAPÍTULO 5 Libertad perdida
CAPÍTULO 6 Libertad ociosa
CAPÍTULO 7 De la libertad lógica o contingencia
CAPÍTULO 8 Libertad de indiferencia
CAPÍTULO 9 El espíritu cautivo y su posible liberación
CAPÍTULO 10 Libertad vital
CAPÍTULO 11 Servidumbre necesaria
CAPÍTULO 12 Servidumbre con respecto a la sociedad
CAPÍTULO 13 Servidumbre con respecto al hábito
CAPÍTULO 14 Egoísmo y abnegación naturales
CAPÍTULO 15 Esclavitud
CAPÍTULO 16 Transición del hábito al gobierno

SEGUNDA PARTE Artes económicas
CAPÍTULO 1 Nacimiento del arte
CAPÍTULO 2 Exigencias y conflictos de las artes
CAPÍTULO 3 Ambigüedad del espíritu en las artes
CAPÍTULO 4 El ethos de la agricultura
CAPÍTULO 5 Moral doméstica
CAPÍTULO 6 Monarquía ideal
CAPÍTULO 7 Vicisitudes morales de la monarquía
CAPÍTULO 8 Independencia y fusión de las artes
CAPÍTULO 9 Valores intrínsecos del gobierno
CAPÍTULO 10 Psicología de la imaginación directiva
CAPÍTULO 11 Irradiación de la vida política

TERCERA PARTE Las artes liberales
CAPÍTULO 1 El juego
CAPÍTULO 2 La música
CAPÍTULO 3 Palabras, palabras, palabras
CAPÍTULO 4 Lenguaje e ideas simbólicas
CAPÍTULO 5 Dominio mítico de la idea
CAPÍTULO 6 Los intereses económicos y liberales en la religión
CAPÍTULO 7 La moral, dependiente de la religión
CAPÍTULO 8 De cómo la religión puede hacerse política
CAPÍTULO 9 Las artes liberales liberan el espíritu

LIBRO SEGUNDO Ordenación militante de la sociedad
PRIMERA PARTE Banderías
CAPÍTULO 1 Guerras de expansión
CAPÍTULO 2 Guerras de imaginación
CAPÍTULO 3 El juicio particular erróneo, pero ineludible
CAPÍTULO 4 La mente militante
CAPÍTULO 5 El espejismo de la política
CAPÍTULO 6 La propaganda
CAPÍTULO 7 Vicisitudes de la fe
CAPÍTULO 8 Desaparición de la caballerosidad
CAPÍTULO 9 Realpolitik
CAPÍTULO 10 El bandido sentimental
CAPÍTULO 11 Los estragos de la guerra
CAPÍTULO 12 El secreto de la tiranía
CAPÍTULO 13 Libertad revolucionaria
CAPÍTULO 14 Dominación extranjera
CAPÍTULO 15 El dominio del crimen
CAPÍTULO 16 Diferencia entre crimen y locura
CAPÍTULO 17 La locura de mandar
CAPÍTULO 18 El paraíso de la anarquía

SEGUNDA PARTE Empresas
CAPÍTULO 1 Grados de combatividad
CAPÍTULO 2 Lo novelesco en la empresa
CAPÍTULO 3 El intermediario en el comercio
CAPÍTULO 4 Efectos morales del comercio
CAPÍTULO 5 Irradiación de la empresa
CAPÍTULO 6 Inestabilidad de las unidades compuestas
CAPÍTULO 7 La dominación como arte
CAPÍTULO 8 Disolución de las artes
CAPÍTULO 9 Decadencia de las grandes potencias
CAPÍTULO 10 Lealtad natural y artificial
CAPÍTULO 11 Religiones militantes

LIBRO TERCERO Orden racional de la sociedad
CAPÍTULO 1 Posición de la razón en la naturaleza
CAPÍTULO 2 Relatividad del conocimiento y la conducta
CAPÍTULO 3 Máscaras de vicio y de virtud
CAPÍTULO 4 Relatividad de la razón en política
CAPÍTULO 5 Autoridad racional
CAPÍTULO 6 Reformas racionales
CAPÍTULO 7 Sedes rivales en autoridad
CAPÍTULO 8 Utilidad del gobierno
CAPÍTULO 9 Ironía del gobierno
CAPÍTULO 10 Digresiones acerca del progreso
CAPÍTULO 11 La opinión pública
CAPÍTULO 12 Democracia espontánea
CAPÍTULO 13 Democracia absoluta
CAPÍTULO 14 La unanimidad moral es imposible
CAPÍTULO 15 Democracia restringida
CAPÍTULO 16 El crisol americano
CAPÍTULO 17 El ideal indefinido de la sociedad
CAPÍTULO 18 La igualdad no conduce a la paz
CAPÍTULO 19 Igualdad mística
CAPÍTULO 20 Gobierno representativo, 1 Únicamente los organismos generados pueden vivir o pensar
CAPÍTULO 21 Gobierno representativo, 2 La representación moral en la naturaleza
CAPÍTULO 22 Gobierno representativo, 3 La representación moral en la sociedad
CAPÍTULO 23 Gobierno representativo, 4 ¿Debería obedecer al sentimiento del pueblo o a su interés?
CAPÍTULO 24 Gobierno representativo, 5 Funciones efectivas de los Parlamentos
CAPÍTULO 25 De los sujetos y objetos del gobierno
CAPÍTULO 26 «Gobierno del pueblo»
CAPÍTULO 27 ¿Quiénes son «el pueblo»?
CAPÍTULO 28 «Gobierno por el pueblo», 1 De cómo sería posible
CAPÍTULO 29 «Gobierno por el pueblo», 2 Psicología del convenio
CAPÍTULO 30 «Gobierno por el pueblo», 3 Ética de la transacción
CAPÍTULO 31 «Gobierno por el pueblo», 4 Aquiescencia
CAPÍTULO 32 «Gobierno para el pueblo», 1 Primeros objetivos propios de un gobierno
CAPÍTULO 33 «Gobierno para el pueblo», 2 Los gobiernos no pueden servir todos los intereses
CAPÍTULO 34 «Gobierno para el pueblo», 3 Límites racionales del gobierno
CAPÍTULO 35 El liberalismo en un mundo ingrato
CAPÍTULO 36 La guerra y el orden
CAPÍTULO 37 Supresión de la guerra
CAPÍTULO 38 Falsas evasiones a la dominación
CAPÍTULO 39 El precio de la paz
CAPÍTULO 40 Muchas naciones en un imperio[16]
CAPÍTULO 41 ¿De quién podría valerse la sabiduría para gobernar el mundo?
CAPÍTULO 42 Los Estados Unidos como dirigentes
CAPÍTULO 43 Conclusión

Sobre el autor

Notas

 

 

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