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2002 Globalización de la pobreza y Nuevo Orden Mundial. Michel Chossudovsky.

INTRODUCCIÓN
Desde que terminó la guerra fría, la humanidad está pasando por una crisis económica y social de una gravedad sin precedentes, que está llevando a grandes sectores de la población mundial a un rápido empobrecimiento. Una tras otra las economías nacionales se desploman y el desempleo abunda. Hambruna y miseria prevalecen en el África subsahariana, en el sur de Asia y en algunas partes de Latinoamérica. Esta “globalización de la pobreza”, que en gran medida ha revertido los logros de la descolonización, se inició en el tercer mundo al mismo tiempo que la crisis de la deuda de principios de los ochenta y la imposición de las letales reformas económicas del Fondo Monetario Internacional.

El Nuevo Orden Mundial se nutre de la pobreza y de la destrucción del medio ambiente. Genera el apartheid social, alienta el racismo y las luchas étnicas, socava los derechos de las mujeres y con frecuencia lanza a los países a confrontaciones destructivas entre nacionalidades. A partir de 1990 ha extendido su dominio a las principales regiones del mundo: Norteamérica, Europa occidental, los países del antiguo bloque soviético y los países recién industrializados del sureste de Asia y del Lejano Oriente.

Esta crisis de extensión mundial es más devastadora que la gran depresión de los años treinta del siglo pasado. Tiene implicaciones geopolíticas de largo alcance: el quebrantamiento económico ha ido de la mano del surgimiento de guerras regionales, la fractura de sociedades nacionales y, en algunos casos, la destrucción de países enteros. Con mucho, es la crisis económica más grave de la historia moderna.

 

RECESIÓN TRAS LA GUERRA FRÍA
En la antigua Unión Soviética, y como resultado de la “medicina económica” administrada por el FMI a partir de 1992, el deterioro económico ha rebasado la caída de la producción ocurrida en el apogeo de la segunda guerra mundial, tras la ocupación alemana de Bielorrusia y partes de Ucrania, en 1941, y el bombardeo intenso de la infraestructura industrial soviética. De una situación de pleno empleo y relativa estabilidad de los precios durante los setenta y los ochenta, la inflación se ha disparado, las ganancias reales y el empleo se han desplomado y los programas de salud se han esfumado. En cambio, el cólera y la tuberculosis se han extendido a velocidad alarmante a lo largo de una amplia zona de la ex Unión Soviética.

Este panorama se repite en Europa oriental y los Balcanes, donde las economías nacionales han caído una tras otra. En los países bálticos (Lituania, Letonia y Estonia) y en las repúblicas caucásicas de Armenia y Azerbaiyán el producto industrial bajó en un 65%. En Bulgaria, en 1997, las jubilaciones se redujeron a dos dólares al mes. El Banco Mundial admitió que el 90% de los búlgaros viven por debajo de la línea de pobreza definida por él mismo: cuatro dólares al día. Como no pueden pagar electricidad, agua ni transportes, numerosos grupos de Europa oriental y los Balcanes han quedado brutalmente marginados de la edad moderna.

 

EL DECESO DE LOS “TIGRES ASIÁTICOS”
En el este de Asia, la crisis financiera de 1997, marcada por las embestidas de especuladores en contra de las divisas nacionales, contribuyó en gran medida al deceso de los llamados “Tigres asiáticos” (Indonesia, Tailandia y Corea del Sur). Los convenios de rescate impuestos inmediatamente después del quebrantamiento financiero llevaron, prácticamente de la noche a la mañana, a una abrupta caída en los estándares de vida. En Corea del Sur, luego de la “mediación” del FMI, a la que se llegó después de consultas de alto nivel con los grandes bancos internacionales, “se cerraron diariamente, en promedio, más de doscientas compañías, cuatro mil trabajadores por día perdieron su empleo y fueron lanzados a la calle” (véase el capítulo 21). Mientras tanto, en Indonesia, en medio de violentas manifestaciones callejeras, los salarios en los talleres de mano de obra barata de las zonas de producción para exportación cayeron de 40 a 20 dólares al mes; y el FMI insistió en la desindexación de los salarios como medio para mitigar las presiones inflacionarias.

En China, debido a la privatización y a la quiebra forzada de miles de empresas estatales, hay 35 millones de trabajadores que son candidatos a quedarse sin empleo. A finales de los noventa, se calculaba que había un exceso de cerca de 130 millones de trabajadores en las zonas rurales de ese país. Irónicamente, el Banco Mundial predijo que con la adopción de las reformas del “mercado libre” la pobreza en China descendería a 2.7% en el año 2000.

 

POBREZA Y QUEBRANTAMIENTO ECONÓMICO EN OCCIDENTE
Ya en tiempos de Reagan y la Thatcher rigurosas medidas de austeridad conllevaron la gradual desintegración del estado benefactor. Las medidas de “estabilización económica” (adoptadas en principio “para paliar los males de la inflación”) contribuyeron a la depresión de las ganancias de los trabajadores y al debilitamiento del papel del estado. Desde los años noventa, la terapia económica aplicada en los países desarrollados contiene muchos de los ingredientes esenciales de los programas de ajuste estructural impuestos por el FMI y el Banco Mundial en el tercer mundo y Europa oriental.

En contraste con los países en vías de desarrollo, sin embargo, las reformas políticas se imponen en Europa y Norteamérica sin intermediación del FMI. En los países occidentales, la acumulación de una enorme deuda pública ha dado a las élites financieras tanto el apoyo político como el poder para mandar a los gobiernos directrices económicas y sociales. Gracias al imperio del neoliberalismo, se recorta el gasto público y se desbaratan los programas de bienestar social. Las políticas gubernamentales promueven la desregulación del mercado de mano de obra: desindexación de ganancias, empleos de medio tiempo, jubilación anticipada y la imposición de los llamados cortes salariales “voluntarios”.

A su vez, la práctica del desgaste, que traslada la carga social del desempleo a los grupos más jóvenes, ha contribuido a dejar a toda una generación fuera del mercado laboral. Las normas para tratar al personal en Estados Unidos son: “‘revienten a los sindicatos’, inciten a los trabajadores más viejos a pelear contra los más jóvenes, ‘llamen a los esquiroles', recorten los salarios y eliminen los seguros médicos pagados por la compañía”.

Desde los ochenta, en Estados Unidos se ha dejado fuera de los empleos sindicalizados bien pagados a una enorme porción de la fuerza laboral llevándola a ocupar empleos de salario mínimo. “Tercermundización” de las ciudades occidentales: la pobreza en los guetos y los barrios bajos norteamericanos es, en muchos aspectos comparable a la del tercer mundo. Mientras que la tasa “registrada” de desempleo se redujo en este país durante el decenio de los noventa, el número de personas que ocupan empleos de medio tiempo, mal pagados, se ha disparado. Con la continua disminución de los empleos de salario mínimo, grandes sectores de la población trabajadora quedan expulsados definitivamente del mercado laboral: “el aspecto verdaderamente brutal de la recesión afecta básicamente a las comunidades y a los nuevos inmigrantes de Los Ángeles, donde la tasa de desempleo se ha triplicado y donde no existe una red de protección social. La caída es libre; la vida de las personas, literalmente se desmorona cuando pierden su empleo de salario mínimo”.

La reestructuración económica ha creado, a su vez, profundas divisiones entre clases sociales y grupos étnicos. El ambiente en las grandes ciudades está marcado por el “apartheid social”: el paisaje urbano se ha compartimentalizado siguiendo líneas sociales y étnicas. Y el estado se ha vuelto cada vez más violento en el manejo del disentimiento social y en la represión de los movimientos sociales.

Con la ola de fusiones corporativas, reducciones y cierre de plantas, todas las categorías de la fuerza laboral se han visto afectadas.

La recesión golpea a los hogares de clase media y a los estadios más altos de la fuerza laboral. Al limitar los presupuestos para investigación, científicos, ingenieros y profesionistas son despedidos y a los empleados públicos y funcionarios medios se les ordena que se jubilen.

En el ínterin, los logros alcanzados en los primeros años de la posguerra se han ido revirtiendo con la derogación de los planes de seguro de desempleo y la privatización de los fondos de pensión. Se cierran hospitales y escuelas y con ello se crean las condiciones para la privatización de los servicios sociales.

 

UNA ECONOMÍA DELICTIVA FLORECIENTE
Las reformas del “libre mercado” propician el aumento de actividades ilícitas así como la consiguiente “internacionalización” de la economía delictiva. En Latinoamérica y Europa oriental, el crimen organizado ha invertido en la adquisición de bienes estatales gracias a los programas de privatización patrocinados por el FMI y el Banco Mundial. Según la ONU, el total mundial de ingresos de las organizaciones criminales transnacionales es del orden de un trillón de dólares, cantidad equivalente al PIB total de los países de bajos ingresos (con una población de tres mil millones de personas). Este cálculo incluye el tráfico de drogas, la venta de armas, el contrabando de materiales nucleares, etc., así como las ganancias derivadas de la economía de servicios controlada por la mafia (prostitución, apuestas, casas de cambio, etc.). Pero lo que estas cifras no reflejan del todo es la magnitud de las inversiones de las organizaciones criminales en negocios “legítimos”, ni el amplio dominio que tienen de los recursos productivos en muchas áreas de la economía legal.

Los grupos de delincuentes normalmente colaboran con las empresas de negocios legales invirtiendo en una variedad de actividades “legítimas”, que no sólo cubren el lavado de dinero sino que también constituyen una manera conveniente de acumular riquezas fuera del campo de la economía delictiva. Según afirma un observador, “los grupos del crimen organizado manejan por fuera a la mayoría de las 500 compañías de la revista Fortune; sus organizaciones se parecen más a la General Motors que a la mafia siciliana tradicional”. Según testimonio de Jim Moody, director del FBI, dado a un subcomité del congreso de Estados Unidos, las organizaciones criminales en Rusia están “cooperando con grupos criminales extranjeros, incluyendo aquellos asentados en Italia y en Colombia […] La transición al capitalismo [en la ex Unión Soviética] abrió nuevas oportunidades que las organizaciones criminales explotaron rápidamente”.

 

LOS BANQUEROS DE WALL STREET TRAS BAMBALINAS
Se ha desarrollado un “consenso político”. De un lado al otro del globo los gobiernos han abrazado inequívocamente la agenda de políticas neoliberales. Las mismas prescripciones económicas se aplican en todo el mundo. Bajo la jurisdicción del FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio (OMC), las reformas crean un “ambiente propicio” para los grandes bancos internacionales y las corporaciones multinacionales. Sin embargo, éste no es un sistema de mercado “libre”: aunque apoyado por un discurso neoliberal, el llamado programa de ajuste estructural promovido por las instituciones de Bretton Woods constituye un nuevo marco intervencionista.

Con todo, el FMI, el Banco Mundial y la OMC no son más que burocracias. Son instituciones que operan bajo una sombrilla intergubernamental y en nombre de intereses económicos y financieros muy poderosos. Los banqueros de Wall Street y las cabezas de los conglomerados de negocios más grandes del mundo están indudablemente detrás de estas instituciones globales. Interactúan regularmente con los funcionarios del FMI, el Banco Mundial y la OMC en sesiones cerradas, así como en numerosas reuniones internacionales. Además, los participantes en estas reuniones y consultas son representantes de poderosos cabilderos, como la Cámara Internacional de Comercio (International Chamber of Commerce [ICC]), el Diálogo Comercial Transatlántico (Trans-Atlantic Business Dialogue [TABD], que reúne en sus asambleas anuales a los líderes de las empresas multinacionales más grandes de Occidente con políticos y con funcionarios de la OMC), el Consejo para Negocios Internacionales de Estados Unidos, el Foro Económico Mundial de Davos, el Instituto de Finanzas Internacionales con sede en Washington, que representa a las instituciones bancarias y de finanzas más importantes, etc. Otras organizaciones “semisecretas”, que desempeñan un papel fundamental en la conformación de las instituciones del Nuevo Orden Mundial, son la Comisión Trilateral (Trilateral Commission), los Bilderbergers y el Consejo de Relaciones Exteriores (Council of Foreign Relations [CFR]).

 

LA ECONOMÍA DE MANO DE OBRA BARATA
La globalización de la pobreza tiene lugar durante un periodo de rápidos avances tecnológicos y científicos. Aunque éstos han contribuido a que se incremente en grandes proporciones la capacidad potencial del sistema económico de producir los necesarios bienes y servicios, el grado de productividad no se ha traducido en una correspondiente reducción del nivel de pobreza global. En el amanecer del nuevo milenio, esta disminución global del nivel de vida no es el resultado de una escasez de recursos productivos.

Por el contrario, los recortes, la reestructuración corporativa y la reubicación de la producción en países del tercer mundo, donde la mano de obra es más barata, han tenido como consecuencia aumentos en el nivel de desempleo e ingresos significativamente más bajos para los trabajadores urbanos y para los campesinos. Este nuevo orden económico internacional se alimenta de la pobreza y de la mano de obra barata: los altos índices de desempleo en los países desarrollados tanto como en los países en vías de desarrollo han contribuido a la depresión de los salarios reales. El desempleo se ha internacionalizado, al emigrar el capital de país en país en la perpetua búsqueda de mano de obra cada vez más barata. Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el desempleo global afecta a mil millones de personas, esto es, casi una tercera parte de la fuerza de trabajo total mundial. Los mercados de mano de obra nacionales ya no están segregados: a los trabajadores de los diferentes países se los coloca en abierta competencia entre sí. Con la desregulación de los mercados se derogan los derechos de los trabajadores.

El desempleo en el mundo opera como una palanca que regula los costos de la mano de obra en escala mundial: la abundante oferta de mano de obra barata a el tercer mundo y el antiguo bloque del Este contribuye a la depresión de los salarios en los países desarrollados. Prácticamente todas las categorías de la fuerza de trabajo (incluidos los trabajadores profesionistas y científicos altamente calificados) se ven afectadas, a la vez que la competencia por los empleos acicatea las divisiones sociales de clase, etnia, género y edad.

 

Microeficiencia, macroeficiencia
La corporación global reduce al mínimo los costos de mano de obra a escala mundial. Los salarios reales en el tercer mundo y europa oriental son hasta setenta veces más bajos que en Estados Unidos, Europa occidental o Japón: las posibilidades de producir son inmensas, dada la enorme cantidad de trabajadores baratos y empobrecidos que hay en el mundo.

Mientras el pensamiento neoliberal destaca por la “eficiente distribución” de los “escasos recursos”, la cruda realidad social cuestiona las consecuencias de esta manera de hacerlo. Se cierran plantas industriales, se empuja a la quiebra a empresas pequeñas y medianas, se despide a trabajadores profesionales y a empleados públicos; y el capital humano y físico permanece inactivo en nombre de la “eficiencia”. La inexorable tendencia al uso “eficiente” de los recursos de la sociedad en el nivel microeconómico lleva exactamente a la situación opuesta en el nivel macroeconómico. Los recursos no se utilizan eficientemente cuando una gran porción de la capacidad industrial permanece en la inactividad y existen millones de personas que no tienen empleo. El capitalismo moderno parece ser completamente incapaz de movilizar estos recursos humanos y materiales no explotados.

Esta reestructuración económica global promueve el estancamiento de la oferta de bienes y servicios de primera necesidad a la vez que canaliza los recursos hacia inversiones lucrativas en la economía de bienes suntuarios. Más aún, con el agotamiento de la formación de capitales en actividades productivas, se buscan utilidades en transacciones crecientemente especulativas y fraudulentas, que tienden a trastornar los mercados financieros principales.

Una minoría social privilegiada ha acumulado enormes riquezas a costa de la gran mayoría de la población. El número de multimillonarios, sólo en Estados Unidos, aumentó de 13, en 1982, a 149 en 1966 y a más de 300 en el 2000. El “Club de los Multimillonarios Globales” (que cuenta con alrededor de 450 miembros) posee en conjunto una riqueza que sobrepasa el PIB sumado del grupo de países de bajos ingresos, donde vive el 59% de la población mundial (véase el cuadro 1.1).15 La fortuna privada de la familia Walton (formada por Alice Walton, la heredera, los hermanos Robson, John y Jim, y la madre, Helen), del noroeste de Arkansas, propietaria de la cadena de supermercados Wal-Mart (con un valor de 85 mil millones de dólares), asciende a más de dos veces el PIB de Bangladesh (33.4 mil millones de dólares), que tiene una población de 127 millones y un ingreso per cápita de 260 dólares al año.

Cabe agregar que el proceso de acumulación de riqueza tiene lugar, cada vez más, por fuera de la economía real y está divorciado de las actividades productivas y comerciales bona fide: “Los golpes de suerte en el mercado accionario de Wall Street [léase intercambio especulativo] produjeron el surgimiento de la mayoría de los multimillonarios del año pasado [1996].” A su vez, los miles de millones de dólares acumulados gracias a las transacciones especulativas son canalizados hacia cuentas confidenciales en los más de 50 paraísos bancarios de ultramar. Merrill Lynch, banco de inversión norteamericano, calcula conservadoramente que la riqueza privada que manejan las cuentas bancarias personales en los paraísos fiscales de ultramar asciende a 3.3 billones de dólares. El FMI calcula los activos de corporaciones y personas en 5.5 billones de dólares, suma equivalente al 25% del total de los ingresos globales. El botín mal habido de las élites del tercer mundo, guardado en cuentas bancarias, era de alrededor de 600 mil millones en los noventa, y la tercera parte se encontraba en Suiza.

 

SOBREPRODUCCIÓN: OFERTA INCREMENTADA, DEMANDA REDUCIDA
La expansión del rendimiento en el sistema capitalista global se alcanza “minimizando el empleo” y comprimiendo los salarios de los trabajadores. Este proceso se revierte en el nivel de demanda del consumidor de bienes y servicios de primera necesidad: capacidad ilimitada de producir, capacidad limitada de consumir. En una economía de mano de obra barata, el proceso mismo de expandir el rendimiento (con recortes, despidos y salarios bajos) contribuye a comprimir la capacidad de consumo de la sociedad.

La tendencia es entonces hacia la sobreproducción en una escala sin precedentes. En otras palabras, dentro de este sistema, la expansión del gran capital sólo puede darse desembarazándose de la capacidad productiva ociosa, esto es, con la quiebra y la liquidación de las “empresas sobrantes”, que se clausuran para favorecer la producción mecanizada de punta: ramas enteras de la industria permanecen paralizadas, regiones económicas enteras se ven afectadas, y sólo se utiliza una parte del potencial agrícola del mundo.

Esta sobreoferta global de mercancías es una consecuencia directa de la caída del poder de compra y del alza de los niveles de pobreza, resultado también de minimizar y homologar los costos de mano de obra y empleo bajo los embates de las reformas del FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio.

La sobreoferta contribuye a su vez a deprimir todavía más las ganancias de los productores directos debido a la interrupción de la producción excesiva. Contrariamente a la “Ley de Say”, enarbolada por la corriente neoliberal, la oferta no crea su propia demanda. Desde principios de los ochenta la sobreproducción de mercancías que hace que caigan los precios (reales) de las mercancías ha provocado desastres, sobre todo entre los productores primarios del tercer mundo, pero también en el área de la manufactura.

 

INTEGRACIÓN GLOBAL, DESINTEGRACIÓN NACIONAL
En los países en vías de desarrollo, ramas enteras de la industria que producían para el mercado interno han sido empujadas a la quiebra por orden del Banco Mundial y el FMI. El sector urbano informal, que históricamente ha desempeñado un papel importante como fuente de creación de empleos, ha sido socavado como consecuencia de las devaluaciones de la moneda, la liberalización de las importaciones y el dumping. En el África subsahariana, por ejemplo, el sector informal de la industria del vestido ha sido destruido y sustituido por el mercado de prendas usadas (importadas de Occidente a 80 dólares la tonelada).

En contraste con el estancamiento económico (incluyendo tasas de crecimiento negativo en Europa oriental, la antigua Unión Soviética y el África subsahariana), las corporaciones más grandes del mundo han experimentado un crecimiento y una expansión sin precedentes de su participación en el mercado global. Sin embargo, este proceso ha tenido lugar sobre todo por el desplazamiento de los sistemas productivos anteriores, esto es, a expensas de los productores locales, regionales y nacionales. Para aquéllas, expansión y “rentabilidad” dependen de una contracción generalizada del poder de compra y el empobrecimiento de grandes sectores de la población mundial. Por su parte, las reformas del “libre mercado” han contribuido implacablemente a abrir nuevas fronteras económicas, al mismo tiempo que se asegura la “rentabilidad” a través de la imposición de salarios ínfimos y la desregulación del mercado de mano de obra. En este proceso la pobreza es un insumo del lado de la oferta. Toda la gama de reformas del FMI, el Banco Mundial y la OMC impuestas de un lado al otro del globo tienen un papel decisivo en la regulación de los costos de mano de obra con vistas al provecho del gran capital.

La sobrevivencia del más fuerte: las empresas que poseen las tecnologías más avanzadas o aquellas que mantienen los salarios más bajos sobreviven en una economía mundial marcada por la sobreproducción. Mientras que el espíritu del liberalismo anglosajón está empeñado en “fomentar la competencia”, en la práctica la política macroeconómica del Grupo de los 7 (G-7) ha apoyado una ola de fusiones y adquisiciones corporativas así como la quiebra de empresas pequeñas y medianas.

 

DESTRUCCIÓN DE LA ECONOMÍA LOCAL
En el plano local, las empresas pequeñas y medianas son empujadas a la bancarrota u obligadas a producir para algún distribuidor global. Por su parte, las compañías multinacionales grandes han adquirido el control de los mercados internos por medio del sistema de franquicias corporativas. Este proceso permite a las grandes empresas (las que otorgan las franquicias) tener bajo su control los recursos humanos, la mano de obra barata y la organización empresarial. Así, una gran tajada de las ganancias de las pequeñas empresas locales o minoristas se la queda la corporación global, mientras que el grueso del desembolso para la inversión es asumido por el productor independiente (el que adquiere la franquicia).

Se observa un proceso paralelo en Europa occidental. En los términos del tratado de Maastricht, el proceso de reestructuración política en la Unión Europea presta cada vez más atención a los intereses financieros dominantes en perjuicio de la unidad de las sociedades europeas. En este sistema, el poder del estado deliberadamente ha dado vara alta al progreso de los monopolios privados: el gran capital destruye al pequeño capital en todas sus formas. Con la tendencia a la formación de bloques económicos tanto en Europa como en Norteamérica, se desarraiga al empresario local, se transforma la vida de la ciudad y desaparece la propiedad individual en pequeña escala. El “libre comercio” y la integración económica proveen de mayor movilidad a la empresa global, al mismo tiempo que se suprime (gracias a barreras institucionales y no arancelarias) el movimiento del pequeño capital local. La “integración económica” (bajo el dominio de la empresa global) da una apariencia de unidad política, siendo que en realidad promueve facciones y luchas sociales entre sociedades y dentro de ellas.

 

GUERRA Y GLOBALIZACIÓN
La imposición de reformas macroeconómicas y comerciales supervisadas por el FMI, el Banco Mundial y la OMC tiene la finalidad de recolonizar “pacíficamente” a las naciones a través de la deliberada manipulación de las fuerzas del mercado. Aunque no despliega abiertamente el uso de la fuerza, la obligatoriedad despiadada de las reformas económicas constituye una forma de guerra. De manera general, y en particular después del 11 de septiembre de 2001, es necesario entender los peligros de la guerra. La globalización y la guerra van de la mano.

¿Qué ocurre a los países que se rehúsan a admitir a los bancos occidentales y a las corporaciones multinacionales, como lo exige la OMC? El aparato militar y de inteligencia occidental y sus diversas burocracias, por regla general, tienen vínculos con el establishment financiero. El FMI, el Banco Mundial y la OMC, que vigilan las reformas económicas localmente, colaboran también con la OTAN en sus esfuerzos “para mantener la paz”, para no hablar del financiamiento de la reconstrucción “posconflicto” bajo los auspicios de las instituciones de Bretton Woods.

Al comienzo del tercer milenio, guerra y “mercado libre” van de la mano. La guerra no necesita de la OMC ni de un convenio multilateral de inversión (multilateral agreement on investment [MAI] parapetado por el derecho internacional: la guerra es el “MAI” de último recurso. Destruye físicamente lo que antes no fue desmantelado por la desregulación, la privatización y la imposición de las reformas de libre comercio. La colonización sin reserva a través de la guerra y la instalación de protectorados occidentales es tanto como aplicar “tratamiento nacional” a los bancos occidentales y a las corporaciones multinacionales (tal como estipula la OMC) en todos los sectores de la actividad. La “diplomacia de los misiles” es una copia de la “diplomacia de cañonero” utilizada para obligar al libre comercio en el siglo XIX. La Misión Cushing enviada a China en 1844 (al iniciarse la guerra del opio) había advertido al gobierno imperial chino “que el rehusarse a ceder a las demandas de Estados Unidos podría considerarse una invitación a la guerra”.

 

DESARME DEL NUEVO ORDEN MUNDIAL
La ideología del comercio “libre” respalda una nueva y brutal forma de intervencionismo que se basa en la deliberada manipulación de las fuerzas de mercado. Al derogar los derechos de los ciudadanos, el comercio libre, en los términos de la OMC, garantiza “derechos permanentes” a los principales bancos del mundo y a las corporaciones globales. El proceso de obligar a acuerdos internacionales con la OMC, en el plano nacional e internacional, invariablemente pasa por encima del proceso democrático. En otras palabras, los artículos de la OMC amenazan la democracia y los derechos democráticos a nivel nacional, a la vez que entregan amplios poderes al establishment financiero (véase el capítulo 1). Detrás del discurso sobre la llamada “gobernabilidad” y el “mercado libre”, el neoliberalismo otorga una dudosa legitimidad a los que ocupan la sede del poder político.

El Nuevo Orden Mundial se basa en el “falso consenso” de Washington y Wall Street, que dictaminan que el “sistema de libre mercado” es la única opción posible en el camino predestinado a la “prosperidad global”. Todos los partidos políticos comparten hoy este consenso, incluyendo ecologistas, socialdemócratas y ex comunistas. Los lazos insidiosos de políticos y funcionarios internacionales con los poderosos intereses financieros deben ponerse al descubierto. Para poder efectuar cambios significativos, las instituciones del estado y las organizaciones intergubernamentales deben desprenderse de las garras del establishment financiero. Por otra parte, debemos democratizar el sistema económico y sus estructuras administrativas y de propiedad, desafiar con determinación la descarada concentración de la propiedad y de la riqueza privada, desmantelar los mercados financieros, congelar el comercio especulativo, detener el lavado de dinero, desmantelar los paraísos bancarios y fiscales, redistribuir el ingreso y la riqueza, reinstaurar los derechos de los productores directos y reconstruir el estado benefactor.

Sin embargo, entiéndase bien, el aparato militar y de seguridad respalda y apoya los intereses económicos y financieros dominantes; esto es, el robustecimiento y el ejercicio de la fuerza militar promueve el “libre comercio”. El Pentágono es un arma de Wall Street; la OTAN coordina sus operaciones militares con las medidas intervencionistas del Banco Mundial y el FMI, y viceversa. Además, los cuerpos de seguridad y de defensa de la alianza militar occidental, junto con los diversos gobiernos civiles y las burocracias intergubernamentales (el FMI, el Banco Mundial, la OMC), tienen un común entendimiento, un consenso ideológico y la determinación de establecer el Nuevo Orden Mundial. Dicho de otro modo, la campaña internacional en contra de la “globalización” debe integrarse a una coalición más amplia de fuerzas sociales con el objetivo de desmantelar el complejo militar-industrial, la OTAN y el establishment de defensa, junto con sus aparatos de inteligencia, de seguridad y de policía.

Los medios de comunicación y la prensa occidental fabrican noticias y, descaradamente, distorsionan el curso de los acontecimientos. Esta “falsa conciencia” que penetra nuestras sociedades impide el debate crítico y disfraza la verdad. En última instancia, esta falsa conciencia impide el entendimiento colectivo del funcionamiento de un sistema económico que destruye la vida humana. La única promesa del “libre mercado” es un mundo de campesinos sin tierra, fábricas en quiebra, trabajadores sin empleo y programas sociales desprovistos de sentido por la “amarga medicina económica” que administran la OMC y el FMI, única prescripción de su repertorio. Debemos recuperar la verdad, debilitar a los medios de comunicación y a la prensa controlada, devolver la soberanía a nuestras naciones y a los pueblos de nuestras naciones, desarmar y abolir el capitalismo global.

La lucha debe tener una amplia base y ser democrática, debe abarcar a todos los sectores de la sociedad, en todos los niveles, en todos los países, y reunir en una gran arremetida a trabajadores, campesinos, productores independientes, negocios pequeños, profesionistas, artistas, funcionarios civiles, miembros del clero, estudiantes e intelectuales. La gente debe estar unida en todos los sectores; los grupos dedicados a una sola actividad deben trabajar mano a mano en el entendimiento común y colectivo de la forma en que el presente sistema económico destruye y empobrece. La globalización de esta lucha es fundamental y requiere un grado de solidaridad e internacionalidad sin precedentes en la historia del mundo. La unidad de propósito y la coordinación entre los diversos grupos y los diversos movimientos sociales de todos los rincones del mundo serán decisivas. Se requiere un gran impulso que reúna a todos los movimientos sociales de las principales regiones del mundo en un propósito y un compromiso comunes de eliminar la pobreza y alcanzar una paz mundial duradera.

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