2024 Nov El triunfo de la estupidez. Por qué la ignorancia es más peligrosa que la maldad. Jano García.
La corriente igualitaria que desde hace décadas recorre Occidente nos ha sometido al dictado de los más mediocres de la sociedad. Las élites gubernamentales, con la complicidad de los medios de comunicación y las grandes corporaciones, han exaltado sin escrúpulos las más bajas pasiones humanas con el fin de generar una homogeneidad que arrasa con la desigualdad natural.
El resultado es una sociedad envidiosa, fanática y orgullosa de su servidumbre voluntaria a unos políticos que conocen la limitación intelectual de sus votantes. De esta forma, la belleza, la sofisticación, la meritocracia y la justicia han sido sustituidas por la vulgaridad de la masa.
Ahora bien, los estúpidos son mucho más peligrosos que los malvados. ¿Por qué digo esto? Porque un malvado, para llevar a cabo su plan malévolo, siempre requiere de la participación de otros para alcanzar su objetivo. Un malvado puede diseñar una estafa piramidal exquisita, pero sin el concurso de un número de estúpidos a los que estafar jamás podrá beneficiarse. Un malvado podrá tratar de manipular a las masas, pero sin una masa estúpida que se crea los mensajes que envía su propósito no se cumplirá. De igual forma, un gobernante democrático, para poder cosechar un gran número de votos, necesita recurrir a las pasiones más bajas que movilizan a los estúpidos. Si su mensaje fuera dirigido exclusivamente a una audiencia racional, no obtendría ningún beneficio. También cabe reseñar que los estúpidos de forma aislada apenas pueden causar un gran mal; es decir, un estúpido que habita en una pequeña aldea puede ocasionar un perjuicio limitado a sus vecinos, mientras que los estúpidos unidos son capaces de ocasionar grandes catástrofes a toda una nación. […]
A raíz de la democratización, los estúpidos del mundo moderno cuentan, por ser mayoría, con el papel fundamental de escoger a sus gobernantes, o lo que es lo mismo: la estupidez es la que ostenta el poder. La pregunta que los seres dotados de una racionalidad superior al estúpido se plantean continuamente es cómo es posible que las personas estúpidas puedan alcanzar posiciones de poder y autoridad. Donde antaño los puestos de mayor responsabilidad quedaban reservados para la gente más instruida, con la llegada de la democracia estos fueron ocupados por los partidos políticos. Como explicamos en anteriores obras, esto es inevitable en las democracias modernas. No existe ejemplo alguno —ni nunca podrá existir debido a la naturaleza de la democracia— de un sistema democrático que no cuente con partidos políticos que agrupen a un gran número de personas y electores. Las elecciones democráticas brindan una gran oportunidad a la estupidez para poder perjudicar a todos los demás sin obtener ningún beneficio. Numerosos son los ejemplos de cómo una nación ha resultado empobrecida y denigrada a través del voto democrático porque la mayoría de las personas llamadas a votar son estúpidas. A tenor de esta realidad no resulta extraño que el poder político haya azuzado el potencial nocivo de los estúpidos. Incluso el gobernante hace uso de su inteligencia malvada para fomentar la estupidez y así poder manipular mejor a la masa, que, como veremos, es estúpida por naturaleza. La masa, con su alma burda y estúpida, se entrega para saborear los bienes de la democracia convertida irremediablemente en la competición de los necios.